La Tercera

De Nebrija y Baroja, al futuro del español

«Estamos ante una gran oportunidad que supone un notable desafío. Un desafío común del que podemos sentirnos tan responsables como orgullosos. Porque al final, si aunamos ilusión y voluntad, podremos alcanzar el horizonte de la universalización del conocimiento en español. Un noble y ambicioso empeño al que vamos a dedicar nuestra mayor ilusión y esfuerzo, con la seguridad de que no estaremos solos en este viaje»

Nieto

Íñigo Méndez de Vigo

En las majestuosas descripciones bélicas de Homero descubrimos al primer periodista de la Historia. En «La Odisea» -la crónica épica del regreso a casa del héroe griego-, reconocemos el potencial transformador de la comunicación, del lenguaje como testigo y catalizador de la Historia, como transmisor de cultura, sabiduría y ciencia. Desde esa perspectiva, la singular hazaña del español y de la cultura en español, a medio camino entre la comunicación y la innovación -entre contar la Historia y hacerla- encuentra difícil parangón en el mundo.

El viaje de Magallanes-Elcano, en cuyas conmemoraciones del V centenario estamos ya inmersos, fue la primera aventura globalizadora del español. Por primera vez nuestra lengua, y con ella toda la cultura en español, se desplegó allende los mares. Aquella pionera circunnavegación del globo fue también una madrugadora expresión de los beneficios de universalizar el conocimiento, abriendo canales de intercambio de cultura y sabiduría.

En los vaivenes de la Historia, la hegemonía de las naciones y las fronteras se han moldeado a través de expansiones y contracciones. Pero la trayectoria del español, con su vocación integradora, siempre ha sido expansiva, siempre ha sido recibida como oportunidad. El español ha sido vehículo de vanguardia, de innovación, de cultura, de comercio. Hoy lo es más que nunca.

En 1492 el humanista Antonio de Nebrija presentaba a la Reina Isabel su gran obra: la Gramática de la lengua castellana, la primera dedicada a las reglas de una lengua romance. En su propósito latía la aspiración de proyectar el español como algo internacional; una aspiración que era casi una profecía. Al tiempo que veía la luz esta primera gramática, Colón cruzaba el Atlántico en busca del Nuevo Mundo que alcanzaría solo unas semanas después.

Al cabo de los años, si algo genuinamente nuestro ha pervivido al otro lado del océano es la lengua y la cultura que compartimos. Cuando emprendimos aquellas primeras aventuras globalizadoras, nadie podría imaginar la realidad de nuestros días: en la actualidad, nuestro país solo aloja un 10% del total de hispanohablantes mundiales. El propio Nebrija estaría asombrado. Asombrado y, me atrevo a vaticinar, orgulloso.

La capacidad de entenderse con otras personas es lo primero que nos mueve a acercarnos a cualquier lengua. Pero no es lo único. Adentrarse en un idioma permite un viaje que trasciende lo puramente lingüístico, lo exclusivamente comunicativo. Y si el lenguaje fuera solo una herramienta de comunicación no tendría sentido la riqueza de la polisemia. Nuestra lengua se bifurca a veces hasta matices insospechados en la búsqueda de la precisión -en ocasiones con intencionada inexactitud retórica- que nos permite expresar sentimientos, sutilezas y exhibir recursos literarios que desarrollan ideas y narraciones con fidelidad casi fotográfica-. Ese trasfondo de las maletas de nuestro idioma nos invita a pensar que el verdadero destino de su viaje es más lejano y más hondo que el ideal -ya bastante ambicioso- de lograr comunicarse con otros tantos millones de personas.

Somos esos 570 millones de hispanohablantes los que hoy recogemos el legado histórico y cultural del español. Los que disfrutamos de la historia dorada de nuestra literatura y los que volvemos a revivir lo mejor que tenemos cada año, en cada cita con el Premio Cervantes. Somos herederos y custodios de un gran tesoro de ciencias y letras, cuyas huellas encontramos por miles de kilómetros de todo el planeta, en el rastro de los callejeros, en lejanos libros de Historia de grandes y remotas naciones, o en la manera en que las artes con acento español pueblan los museos del mundo. Con todo, aun siendo grande el patrimonio acumulado, no es menor la oportunidad de inmediato futuro que en estos momentos nos ofrece nuestro idioma.

El alma de «El español, lengua global», el proyecto de Estado que presentó ayer el presidente del Gobierno, en ese templo del arte y exposición de talento que es el Museo Nacional Reina Sofía, no es un alma melancólica ni anclada en el pasado. Al contrario. Lo ambicioso de esta iniciativa global es potenciar el español en el ecosistema de las nuevas tecnologías, como lengua de programación, de vanguardia, de futuro.

En sus Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, el Pío Baroja más sarcástico nos presenta el célebre invento de Mr. Macbeth, el «traduscopio óptico y acústico»: «Si se habla por un lado del tubo en inglés, por el otro extremo del tubo salen palabras en castellano. Lo mismo sucede si se mira, porque el traduscopio lo traduce todo; la cuestión no está más que en la graduación de los tornillos».

Gracias a la revolución tecnológica, el traduscopio de Pío Baroja ha saltado en nuestros días de lo paródico de su novela a la más sorprendente de las realidades. Estirando la ficción del novelista, el gran propósito de «El español, lengua global» no es solo propiciar que los tornillos estén lo bastante graduados como para que nuestro idioma sea coprotagonista de los más punteros avances. Sino más aún, de la mano de la gran comunidad de hispanohablantes en todo el mundo, queremos promover que los tornillos se fabriquen en español.

En síntesis, como tantas veces en la vida, estamos ante una gran oportunidad que supone un notable desafío. Un desafío común del que podemos sentirnos tan responsables como orgullosos. Porque al final, si aunamos ilusión y voluntad, podremos alcanzar el horizonte de la universalización del conocimiento en español. Un noble y ambicioso empeño al que vamos a dedicar nuestra mayor ilusión y esfuerzo, con la seguridad de que no estaremos solos en este viaje.

ÍÑIGO MÉNDEZ DE VIGO ES MINISTRO DE EDUCACIÓN, CULTURA Y DEPORTE Y PORTAVOZ DEL GOBIERNO

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