Muti y los Ramones

Cada momento tiene su afán, salvo que se busque molestar

Luis Ventoso

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En las mañanas resacosas de los 1 de enero existen dos posibles prácticas de sofá para mitigar el bajón. Una es apalancarse en posición aletargada y anestesiarse con los saltos de esquí centroeuropeos, pues generan un curioso efecto sedante. La otra es seguir la retransmisión del Concierto de Año Nuevo de Viena . Tras setenta y ocho ediciones no hay nada que inventar en la Sala Dorada de la Musikverein . Todos sabemos lo que nos van a ofrecer y justo ahí estriba su encanto. Plutócratas y turistas nipones abonan una pasta por ver a un divo de la batuta, este año Riccardo Muti, que despacha con suave profesionalidad los deliciosos valses, polkas y marchas de los Strauss. El auditorio neoclásico, inaugurado en 1870 y engalanado con motivos florales, garantiza una sonoridad casi única. El público luce un porte elegante. La Filarmónica de Viena opera como un instrumento perfecto, garantía absoluta de que todo saldrá bien. Usualmente el director de la orquesta se permite algún guiño de humor, aunque este año Muti lo omitió. Al final suena la « Marcha Radetzky », de Johann Strauss padre, momento en que el selecto respetable marca el ritmo batiendo unas palmas más asépticas que la tabla de un quirófano. Concluye el concierto. Millones de personas de todo el planeta que lo han seguido por la tele ven caer los rótulos con una sonrisa plácida pegada a sus caras.

Por supuesto cabría renovar. Si a Viena le cayese encima la bendición de un buen Ayuntamiento progresista y comunistoide, como el de Doña Manuela y su equipazo, sería posible acometer varias mejoras. Las flores y rancios paneles dorados de la Musikverein podrían sustituirse por grafitis-denuncia de Banksy. Resulta también inadmisible que tras 78 ediciones no haya empuñado todavía la batuta un director o directora transgénero. Habría que solventarlo, y ya en faena, colgar un par de banderas LGTBI. En cuanto al habitual pasaje de ballet, ¿no vamos necesitando una alegría drag queen, o unas danzas palestinas, en vez de tanto tutú heteropatriarcal? Por último, aconsejamos suplir la «Marcha Radetzky» del final por el «Blitzkrieg Bop» de los Ramones y el « Danubio Azul » por « L’Estaca ».

Pero los circunspectos vieneses no harán ninguna de esas gilipolleces, porque saben que no se deben confundir churras con merinas. Ya lo advirtió el Libro 3 del «Eclesiastés» bíblico: «Para cada cosa hay una estación y existe un tiempo para cada propósito bajo el cielo». Las cabalgatas de Reyes son la conmemoración de la adoración del Niño por los Tres Magos de Oriente , una fiesta de raíz cristiana, que o se atiene a lo que es o carece de sentido, pues pasará a ser otra cosa. Del mismo modo que a nadie se le ocurre presentarse con un paso de Semana Santa en las fiestas arco iris de Chueca, no tiene sentido politizar una cabalgata de Reyes, o convertirla en una reivindicación de los respetables derechos gais. La renovación de las cabalgatas en Madrid solo atiende a un móvil: molestar todo lo que se pueda a una mayoría que se siente católica, una fe aberrante para la intransigencia podemita. Y no hay más.

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