Luis Ventoso

El fin del mundo

Como en un cuento, el mar empezó a regalar leche y tabaco

Luis Ventoso

Esta funcionalidad es sólo para registrados

EL litoral Oeste de lo que hoy es la provincia de La Coruña dejó sin habla a los romanos. Tras ver las boqueadas de color del sol expirando en el mar concluyeron que allí remataba el mundo. Igual no les faltaba razón. Tierras bravas, de naturaleza tan apabullante que hasta enjuga el mal gusto urbanístico. Una costa umbría y ventosa, de cabos con memoria, como Finisterre y Vilán, y playas sin un alma. En su hermosura solitaria, acorazados por una hoz de rocas, algunos arenales en invierno te sobrecogen y te trasladan al otro confín, a la Nueva Zelanda de la película «El piano».

La ley del océano manda. El Atlántico sacude como en pocos sitios. Los bajos son criminales. El resultado ha sido un reguero secular de naufragios terribles (pesqueros, mercantes, barcos de guerra, gaseros y petroleros). De ahí el nombre: Costa de la Muerte. ¿Cómo olvidar la lacerante noche del 10 de noviembre de 1890, cuando el torpedero «HMS Serpent» de la Royal Navy clavó su tripa en el cuerno de la Punta do Boi, en Camariñas? Solo sobrevivieron tres tripulantes, atados a sus chalecos de corcho. Un milagro. Murieron 173 y se recuperaron 142 cadáveres.

Reposan para siempre en el Cementerio de los Ingleses, donde los honró la caridad local. Mucho se ha murmurado sobre los parroquianos de esa costa. Se cuenta, sin mucha prueba, que en siglos idos encendían lumbres en los cuernos de los bueyes para engañar a los barcos que costeaban, guiándolos al naufragio. Las naves despedazadas arrojaban un botín agradecido en tierras pobres. Recoger restos por las playas se llama en castellano raquear, lo que en Galicia se convierte en «andar as crebas». Más documentados, y por desgracia menos contados, son los reiterados casos en que los marineros de allí se jugaron la vida gratis, lanzándose a un averno de espuma fría para salvar a desconocidos.

Estos días la Costa da Morte ha recibido un maná de leche en polvo y tabaco, como en una broma bíblica. El carguero «MSC Olane», de inefable bandera liberiana y 400 metros de eslora, perdió hace una semana 45 contenedores a 40 millas de Galicia. La ley del mar llevó a playas de Cee, Muxía y Finisterre botes de leche «made in Holland» rotulada en árabe, pues el buque iba de Rotterdam a Tánger. Mucho del tabaco lo malogró la humedad, pero quedaban trujas fumables. Los crebeiros peinaban la arena. El flete brillaba en lontananza sobre el mar gris . En 2006 naufragó un buque cargado de impresoras. Ancianas de pañoleta negra subían de las playas portando las Xerox en equilibrio sobre sus cabezas. Una leyenda graciosa y apócrifa sostiene que en una ocasión el botín fue leche condensada. Los vecinos la confundieron con pintura blanca y encalaron sus casas. ¡Qué verbena de moscas cuando llegó el verano!

España es un país extraordinario, donde las torres de la Castellana, epítome de lo puntero, conviven con el raque de la era de «Poldark»; donde unos esquían en Huesca mientras otros se bañan en Canarias; donde el futuro nunca ha liquidado la tradición. Donde hay espacio y esperanza para todos (con permiso de cuatro pirados).

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación