Gabriel Albiac

El mundo que fue

El mundo de la transición ha caducado. Quien diga saber lo que viene ahora miente

Gabriel Albiac
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No acaba el mundo en «un estallido». No. Ni en un «sollozo». Eso son sólo licencias poéticas. El mundo, nuestro mundo, acaba siempre en una carcajada. Ni Ezra Pound ni T. S. Eliot tienen su lugar aquí. No hay un átomo de poesía en este fin de ciclo -o de circo- nuestro. Hay navajas que arrancan más que cortan, y pisoteadas vísceras de sicario poco pulcro. Pero acaba. Así. Nuestro mundo. Y nos reímos. No hay manera de evitar eso: ni la carnicería ni la risa. Carnicería y risa son atributos del animal humano. El mundo que fue el nuestro era muy poco consistente. Existe desde hace cuatro días y anuncia ya la ruina.

En ese mundo que se desmoronó el sábado no hay un átomo de grandeza.

La escena ponía sólo a dos tribus frente a frente. Nadie fantasee aquí acerca de ideologías; no va de eso esta refriega. Va de algo tan prosaico como despojar un cadáver, adornado todavía con perifollos que alguien sueña valiosos. No, no es el épico mundo que Pound y Eliot cruzaban, entre violencia y nostalgia, por igual desmedidas. Las cuchilladas del domingo daban risa. Ni enfado ni tristeza. Ni compasión siquiera por quienes ni aun la esgrima elemental del navajazo fulminante dominaban e iban fallando, uno tras otro, cada golpe. Daban risa. Demasiado ha soportado el ciudadano, en cuarenta años de esta gente, como para apiadarse de su grotesco ridículo de ahora. La carcajada en la calle ha sido homérica. Aunque no nos engañemos, aunque todos sepamos que el precio de esa sucia degollina habremos de pagarlo todos, aunque en la carcajada suene un tintineo helado.

¿Ha sido un golpe? Sí, claro. Golpe, sin cuya ejecución el PSOE se habría convertido en el motor parlamentario de la fractura de España en un mínimo de tres países. Y que hubiera abierto, de par en par, las puertas al golpe de Estado populista con el cual los bolivarianos nos guiarían, por fin, al luminoso puerto del Tercer Mundo. Fue un golpe de partido que se antepuso al inminente golpe de Estado, que hubiera sido puesto en marcha tras la llegada al gobierno de un Sánchez aupado sobre Convergencia, Esquerra y Podemos. No tengo demasiadas sospechas de que nadie en la dirección actual del PSOE haya leído Marx. Pero lo de que «entre dos derechos iguales decide la fuerza» les hubiera puesto al abrigo de ciertas chapuzas operativas y del más estridente ridículo de la España contemporánea. Del Comité Federal del 1 de octubre, el PSOE sale muerto. Y una era se cierra: la que se abrió, a golpe de talonario alemán y americano, en 1974 en Suresnes.

Y esta muerte empezó en marzo de 2004. Como casi todo. Cuando, tras su enigmático ascenso, un Zapatero aupado por las bombas y por los piquetes germinales del populismo, apostó por resucitar anacrónicos fantasmas guerracivilistas. Al cabo de doce años, el PSOE es su primera víctima. No va a perecer solo. Nuestro mundo, el de la transición, ha caducado. Quien diga saber lo que viene ahora miente. Ni sollozo ni estallido. Carcajada. Lo que es igual: desasosiego.

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