EDITORIAL ABC

Mezquindad en el adiós a Barberá

Podemos se retrata por su conducta ruin, ajena a la más mínima sensibilidad, más aún cuando tiene entre sus cargos a corrputos con condenas firmes y sanciones vergonzantes

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Con la muerte de Rita Barberá, la política española pierde a una mujer cuya huella merece ser analizada con mucho mayor detalle que con una sentencia regalada a la hoguera de las redes sociales. Con sus virtudes y sus defectos, incluso aunque en los últimos meses pesara sobre ella una indiciaria acusación de corrupción, Rita Barberá forjó un modelo de gobierno municipal refrendado por sucesivas mayorías absolutas que, veinticuatro años después, terminaron en las últimas elecciones de mayo de 2015 empujadas por la sombra de la sospecha sobre su grupo municipal. Sin embargo, hasta el día de su muerte nunca había recaído sobre ella una sola condena judicial. Más allá de las sombras que acompañan a las luces de un periodo de mando tan largo como blindado, la senadora y exalcaldesa de Valencia fue castigada por un nuevo modelo de opinión pública que se siente con derecho a pisotear la presunción de inocencia de forma sistemática: fue sometida a una brutal campaña mediática de desprestigio personal, a condenas preventivas y penas de telediario abusivas.

Sufrir un encarnizamiento emocional como el que ha padecido Barberá afecta a la calidad de vida de un ser humano, más aún cuando el linchamiento social del que ha sido víctima no guarda proporción alguna con la gravedad de la conducta que se le imputaba.

Todos los partidos de bien expresaron ayer su pesar. Las discrepancias ideológicas y el fragor del día a día en la pugna política quedaron en un segundo plano, salvo para esa nueva tribu de la extrema izquierda populista experta en sembrar odio y rencor. Unidos Podemos se negó a respetar un minuto de silencio en el Congreso –no fue así en el Senado, es cierto– y decidió salir del hemiciclo porque «sobran los homenajes a los corruptos». Más allá de que nunca nadie pudiese acreditar en vida que Barberá fuera una corrupta, lo que sobra en nuestra vida pública es intransigencia, estigmatización, sectarismo y deshumanización. Podemos quedó retratado por su conducta ruin, mezquina y ajena a la más mínima sensibilidad, más aún cuando tiene entre sus cargos públicos a corruptos con condenas firmes y sanciones vergonzantes.

Urge una reflexión en España sobre la deriva de los juicios paralelos, sobre la escombrera moral en que se han convertido las redes sociales y sobre el alcance real que debe tener la libertad de expresión. El debate ha de ser extensible también a los falsos privilegios atribuidos a los políticos cuando, más allá de su inocencia o culpabilidad, resulta tan fácil y gratuita su humillación pública, o su sometimiento a campañas de escarnio y ridiculización. En España no se protege lo suficiente la presunción de inocencia y a menudo los efectos son irreversibles. La merma en nuestra calidad democrática es indudable.

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