Ignacio Camacho

Metástasis populista

Sánchez ha construido con su fracaso un personaje victimista que arrastra al PSOE a una vorágine autodestructiva

Ignacio Camacho
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Lo peor no fue la trifulca televisada en directo, el clima de duelo lorquiano, la reyerta de cuchillos cachicuernos; lo grave es que tres candidatos del partido que más tiempo ha gobernado España se desentendiesen de la economía con tan manifiesto desprecio. No fue un debate de propuestas ni de programas sino un ajuste de cuentas endogámico, una feroz disputa cuerpo a cuerpo. Un intercambio de golpes bajos y una cascada de reproches cruzados sin respeto ni miramientos.

Sólo Patxi López logró ofrecer un hilo argumental con algo de vuelo. Lo tenía fácil: le bastaba con mostrarse sensato en medio de aquel desaforado tiberio, con ofrecer cierta cordura componedora entre tanto ánimo pendenciero. Adoptó el papel de casco azul, el único con el que podía hacerse hueco; pero da igual porque está emparedado, fuera de juego.

Su vocación de terapeuta orgánico resulta estéril porque las primarias socialistas han pasado de psicodrama a conflicto fóbico, a duelo cruento.

El PSOE ha entrado en una vorágine autodestructiva. No es que esté «malito», como dijo Susana Díaz; es que sufre metástasis populista. El tumor se lo ha inoculado Pedro Sánchez, que en su afán de revancha se siente imbuido de un espíritu suicida. Investido de mártir de la izquierda, ha encontrado una inesperada adhesión y se ha venido arriba. El perdedor contumaz ha construido con su fracaso un personaje victimista. Ha hecho de la frustración un proyecto para convertirse en el candidato del rechazo, de la ruptura, de la ira.

En los pocos momentos en que no se agarró con Susana, Sánchez expuso un modelo ajeno a la tradición socialista. Lo ancló en el 15-M, en una «democracia horizontal» directa, asamblearia, antirrepresentativa. El nuevo PSOE que propone es el de su caudillaje tornadizo, el de un liderazgo basado más en los sentimientos que en la ideología. Un partido-carcasa, vacío de contrapoderes, sin más estructura que la de su propia jerarquía.

Frente a ese socialpopulismo a favor de corriente, Díaz no logró oponer más que la áspera evidencia de las continuas derrotas de su adversario. Lo hizo en el mismo tono que él, cortante -«no mientas, cariño»-, hostil, enojado. Dado que parte con ligera ventaja le pudo perjudicar el modo bronco en que ambos se fajaron. Se enceló tanto en afearle sus descalabros que dejó ir la ocasión de presentarse como lo que quiere ser: una dirigente responsable, madura, con sentido de Estado. Inquieta por el resultado, adoptó un aire desapacible, agrio. Ambos presumieron de transparencia y cumplieron: todos pudimos comprobar cómo se detestan y asistir en tiempo real a su cruce de navajazos.

En el cénit de su victimismo, Sánchez llegó a presumir de que su coherencia lo ha dejado en el paro. Si los afiliados del PSOE no han perdido del todo el norte y quieren conservar su partido intacto, acaso deberían procurar que siga sin trabajo.

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