David Gistau - Lluvia ácida

Medalla en salto

La frontera europea de Melilla queda en la descripción de Carmena reducida a un escenario de «Humor amarillo»

David Gistau
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La alcaldesa de Madrid, entrañable señora Manuela Carmena, se refiere a los inmigrantes de la valla de Melilla como si fueran espermatozoides. Los ve competir en una carrera darwinista donde las alambradas y los custodios policiales realizan la selección natural: los que saltan son los más fuertes de entre ellos, los «mejores», los que han de ser recibidos con gran alborozo municipal porque traen a nuestro proyecto de mestizaje la materia prima de un campeón. En esta visión eugenésica de la bucólica alcaldesa, los inmigrantes que hayan esquivado a la Guardia Civil demostrando grandes prestaciones atléticas, así como entereza y determinación, deberían ser destinados de inmediato a la reproducción humana en calidad de sementales, pues no hay duda de que ello repercutirá en el medallero de los Juegos Olímpicos de las generaciones venideras.

Ya que la pastoral alcaldesa de Madrid ha frivolizado, como si de un concurso se tratara, el penoso viaje de los inmigrantes, nos cabe imaginarla instalando en Cibeles una meta como la de la Vuelta ciclista y a ella misma esperando, con un ramo de flores y un trofeo, para honrar a los ganadores según llegan. Veo incluso a los inmigrantes sufriendo pero con dorsales, como en esas pruebas casi inhumanas a las que se someten los atletas del «Iron Man». La frontera europea de Melilla queda así, en la descripción de Carmena, reducida a un escenario de «Humor amarillo» donde los concursantes van pasando pruebas que tienen como objeto capturarlos y los miembros de la Guardia Civil, cuya tarea también es penosa e ingrata, aparecen de pronto transformados en animadores del juego a quienes ha correspondido desempeñar un papel represor, lleno de penalización social. En la visión arcangélica de la abuelita adoptiva de los madrileños, son nefastos obstaculizadores del cumplimiento de los sueños de quienes no anhelan sino mejorarnos como raza, y por ello merecen nuestro desprecio y el festejo, como si se tratara de un gol marcado a un Estado pérfido, de cada salto exitoso de la valla.

La nueva política ya nos había acostumbrado a convertir la ley en un elemento de importancia relativa cuyo cumplimiento, en todo caso, debería subordinarse a otros imperativos. Como, en este caso, el sentimental. Tratándose la bondadosa alcaldesa de los madrileños de una juez, esta profanación resulta más inquietante, casi apetece revisar todos los casos de su carrera para comprobar en cuántos de ellos el sentimiento, o la ideología, fueron más determinantes que el código. En todo caso, seguro que no son los jueces así los que mantienen estimuladas a las fuerzas policiales que observan, en estos casos, cómo la compasión y la empatía de las terminales del Estado se depositan únicamente al otro lado de la valla y los desguarnece a ellos mientras los convierte en el reverso tenebroso de un infantilismo emocional.

Creí que Carmena nunca superaría aquella teoría suya de que el ISIS se apaciguaría con abrazos.

Ver los comentarios