Luis Ventoso

Listas

Luis Ventoso
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Qué desasosegante cacería de nuestro pasado, a veces disparando contra los mejores. Qué estúpido festival del cainismo, el revanchismo y la intolerancia. La cátedra de la Memoria Histórica –¿qué es eso?, ¿quién lo paga y para qué?– ha publicado su lista inquisitorial por encargo del Gobierno municipal de Madrid, que ejercen por gracia de Sánchez sin ganar las elecciones. Listas de apestados por pensar raro. Penas por desviación del correcto dogma. Me suena. Ya se ha transitado por esos pagos: la inquisición, los espantos nazi y soviético, la caza de brujas de McCarthy, la admonición franquista contra judíos y masones, las fetuas islámicas, las mazmorras de Pinochet, Maduro o Kim; la satrapía gerontológica cubana; la quema digital del políticamente incorrecto, abrasado en la pira cobardona del anonimato tuitero.

Cuando nadie recuerde a doña Manuela seguirán vivos Pla, Cunqueiro y Dalí

Ahora la inquisición ya no lleva hábito. Ahora va en camiseta y campa por las teles. Tampoco se quema a nadie, basta con prenderle fuego al buen nombre de quien piensa diferente. Se han lanzado a por Josep Pla, un gigante capaz de rearmar la literatura en catalán él solo, desde su soledad envuelta en humo de picadura. Van a por Cunqueiro, un bon vivant comilón, que charlaba en zapatillas con Merlín y fabuló en el gallego más hermoso que yo haya leído. Estigmatizan a Mihura, en broma kafkiana para con el padre del humor absurdo. Cincuenta y nueve años después de la cornada de Islero, aspiran a matar por segunda vez a Manolete, aquel diestro con hieratismo y cara románica, que empolvaba su miedo con química, corriendo tras su Lupe por las barras.

También se cae del canon Dalí. Queda condenado por franquista. Juicio sumarísimo. Cuando nadie recuerde que Doña Manuela pasó por este mundo, el público seguirá tomándoles la hora a los relojes doblados de Dalí en el MoMA; contemplará sus cuadros fantasiosos en museos de Chicago, Glasgow, Madrid, Filadelfia, Munich. Su antológica de 2013 en el Reina Sofía convocó a 700.000 personas. Un año antes había sido 800.000 en París. De joven y flaco, Dalí también fue rebelde y antisistema (con arresto carcelario incluido), y simpatizante ácrata. Luego derivó en surrealista, freudiano, atómico, pesetero hasta la náusea, publicista histérico de sí mismo; y sí, también exegeta eventual del franquismo (como lo habría sido de cualquier poder que lo ayudase a flotar). Dalí fue un niño astillado por un padre autoritario, que perdió a su madre en la adolescencia y bailó con la neurastenia. Buscó tutela en el amor oportunista de Gala, que lo sujetó a la semicordura con un precio: exprimirlo hasta el tuétano y ponerle los cuernos hasta lo cómico (sin mayor queja del voyeur del bigote invertido, que asistió impávido incluso al flirteo de la vieja sátira con un guapo que hacía de Jesucristo Superstar). Orwell, siempre brújula de cordura, lo resumió fácil: «Dalí era al mismo tempo un excelente dibujante y un irritante ser humano. Una cosa no invalida a la otra».

Pero Pablo y Doña Manuela no leen a Orwell. De hecho hasta fabulan con armar su propio «1984». Nunca ocurrirá, porque no tienen ni de lejos la fuerza que impostan. La gente, la de verdad, sabrá armar su «Rebelión en la granja» cuando llegue la hora.

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