Los iraníes se han cansado de esperar

Sigue siendo muy difícil determinar las raíces o las estructuras -si las tienen- de las protestas que se han extendido por todo Irán en los últimos días y cuya intensidad no deja de aumentar. Lo que puede darse por cierto es que no se encuentran en los gabinetes de las potencias occidentales, como asegura el régimen teocrático, sino en sus propias contradicciones e iniquidades. Desde que en 2015 se firmó el acuerdo nuclear para levantar la mayor parte de las sanciones económicas que pesaban sobre el país, sus dirigentes han tenido un margen de maniobra más que suficiente para atender las demandas de una sociedad que en su mayor parte ha perdido la conexión biológica con la revolución islámica de 1979 y que lleva décadas acumulando frustraciones. En lugar de atender las aspiraciones de sus ciudadanos, los clérigos que manejan la dictadura teocrática han monopolizado todos los recursos para su objetivo de extender su influencia sectaria, y la paciencia de los ciudadanos se ha agotado y con razón.

La situación, no obstante, es muy delicada en todos los sentidos y merece que los países occidentales valoren con cuidado su respuesta a los abusos del régimen, cuyas víctimas se cuentan ya con cifras escalofriantes. En 2009, Mahmud Ahmadineyad reprimió a sangre y fuego las protestas por el fraude electoral y tanto Europa como Estados Unidos acabaron prefiriendo el pragmatismo a corto plazo que la defensa de los que sacrificaron su vida reclamando libertad y democracia. No sería bueno que en estos trágicos momentos Occidente contribuyese a acrecentar una vez más las frustraciones de los iraníes que quieren liberarse de la dictadura porque aspiran a una vida mejor. Pero ha de hacerlo sin que ello contribuya a fortalecer los argumentos del régimen.