Hijas a las que matan

El periodismo de sucesos no es distinto del resto, el problema es que trata un material más sensible

Rosa Belmonte

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A las hijas las matan. Y se puede hacer poco. Dice Zadie Smith que las mujeres han sobreestimado su poder sobre los hijos y que ella sólo intenta no hacerles demasiado daño. Procura que vayan por el camino de la infelicidad ordinaria y no caigan en la miseria. En «Tiempos de swing», su última novela, se comprueba que las aspiraciones individuales chocan con las normas de la vida en sociedad. Y con lo que no son normas. Ha recordado el magistrado Joaquim Bosch el riesgo que sufren las mujeres sólo por serlo. Como si hubiera que recordarlo. Zadie Smith también parece estar preocupada por los móviles (al menos en las entrevistas).

En un capítulo de la nueva « Black Mirror », el dirigido por Jodie Foster, una madre coloca a su hija un artilugio para saber qué hace en cada momento. Puede ver a través de sus ojos en una especie de iPad. Por supuesto, acaba mal. Aunque sólo sea una buena madre y no una loca de atar como Aurora Rodríguez con su hija Hildegart . Si una habla de mujeres que medran o de esnobs puede tirar de Thakeray. Si hay que comentar la rebelión contra el destino o la megalomanía podemos ir al Melville de « Moby Dick ». Si tocamos los valores de la sociedad burguesa en la que todo gira alrededor del dinero habrá que ir al « Papa Goriot » de Balzac. Si vemos niños desamparados en un universo hostil pero que a la vez son la encarnación del bien, acabamos en Dickens. A veces los clásicos no sirven. Aunque sea una vulgaridad, lo que pasa últimamente parece cosa de series de televisión (pronunciar como María Barranco lo de «Esto parece cosa de terrorismo»). Esa extraordinaria rueda de prensa que ayer dieron los coroneles de la Guardia Civil sobre el caso Diana Quer la hemos visto con el FBI explicando cómo cazaron a Unabomber. Aunque sin la clave del lenguaje empleado. Es extraordinaria porque estamos ante una investigación en curso. Es tomarse a Eisenhower al pie de la letra y adelantándose. En su biografía de Eisenhower, Paul Johnson cuenta que lo que el futuro presidente aprendió de los disturbios en Washington de 1932 (en los que Patton fue el encargado de la dispersión y de los que se publicaron noticias falsas y disparatadas) fue la necesidad de mantener a los periodistas informados y ser amable con ellos. Pero a lo mejor es demasiado pronto para tantos detalles. Aunque sean oficiales y no las paparruchas que hemos estado escuchando y leyendo en algunos sitios todos estos meses. Volviendo a esos detalles, en el caso de la joven asesinada hay que volver también a los móviles. El teléfono fue clave. También el del depredador. Los dos teléfonos estaban situados en el mismo lugar a la misma hora. Lo más inquietante es que el tipo abordaba a sus víctimas cuando estaban entretenidas con el teléfono. El móvil se ha convertido en alcohol.

Una vez que la prensa hurgó en sus vacaciones, Manuela Carmena expresó el temor de que « ese periodismo de escándalo que hubo en el corazón » se trasladara a la política. Es demasiado evidente que el sensacionalismo no tiene ni origen ni fin en la prensa del corazón. También está en los deportes y en los sucesos. Al final voy a tener que citar a un clásico que a la vez es un lugar común porque hay cosas que no cambian. «Actualmente, los periódicos hacen lo posible por inducir al público a juzgar a un escultor por cómo trata a su mujer» (Wilde). El problema con la información de sucesos, siendo igual que el resto, no nos escandalicemos tanto, es que trata un material muy sensible: hijas a las que matan. ¿Y quién no espera la entrevista con la cuñada violada?

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