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Cada vez más voces ven disparatado haber regalado la privacidad a Facebook

Luis Ventoso

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Mark, porte campechano y saludable y sonrisa cordial. Solo camiseta gris, sudaderas gastadas y unos chinos tipo GAP. Imagen de chico de la puerta de al lado (y una fortuna personal de 63.000 millones con solo 33 años). Mark, un genio, no hay duda. El mito informático que desde su cuarto de Harvard inventó la red universal para enlazar amistades virtuales. Mark, el líder global. Un gurú que se gusta, que se refiere a los usuarios de su empresa como «nuestra comunidad» y de cuando en vez les endilga largos y plúmbeos ensayos con su «visión» para el mundo.

Pero hay más facetas del bueno de Mark. Es también el mayor editor de contenidos del planeta, pero que no se reconoce como tal, pues ello le obligaría a responder legalmente de lo que publica y a pagar derechos de autor por lo que se lee y se ve en su plataforma. La red de amigos, la gran taberna de la fraternidad en cadena, alberga también sus rincones oscuros: barra libre en muchas ocasiones para la apología del terrorismo; violencia criminal emitida en directo; manga ancha para la difamación y, por supuesto, las celebérrimas «fake news», las noticias falsas que han venido desvirtuando varias elecciones y algún referéndum (léase el Brexit). Por último, en cuanto se rasca un poco –o no tanto– se detecta que el negocio de Mark basa su lucro en conocer al detalle nuestra intimidad. «Facebook sabe más de ti que tu pareja», se dice como chascarrillo. Pero no es un chiste: solos ante un ordenador, a veces reflejamos más lo que somos que cuando nos presentamos en sociedad protegidos por la coraza de lo convencional. ¿Ha sido una buena idea regalarle nuestra privacidad al bueno de Mark? Cada vez más voces responden que ha sido un disparate.

«Invitamos a Mark Zuckenberg al Parlamento Europeo. Facebook necesita aclarar ante los representantes de 500 millones de europeos que sus datos privados no son utilizados para manipular la democracia», exigió ayer Antonio Tajani, el estupendo presidente de la Cámara. El Parlamento británico también reclama su presencia en parecidos términos, por «un catastrófico fallo de procedimientos» de Facebook. La compañía hasta ahora solo ofrece excusas vagas y sufre severo castigo en la bolsa. ¿Qué ha pasado? Cambridge Analytica es una consultora creada hace cinco años en Londres, relacionada con una firma estadounidense dirigida por ultraconservadores que colaboraron en la campaña de Trump. Hace tres años, C.A. ofreció probar una aplicación a 277.000 usuarios de Facebook. Fue el caballo de Troya para hacerse con los datos de 55 millones de usuarios de la red social, a los que luego manipularon en procesos electorales, en parte al servicio de Rusia. Facebook silenció la filtración y no actuó hasta el pasado viernes contra C.A., cuyos directivos han sido grabados alardeando de haber interferido en 200 procesos electorales. ¿Quién ha revelado el escándalo? ¿Sería tal vez Apple? ¿Google? ¿Amazon? ¿Microsoft? No, fueron dos periódicos de toda la vida, «The New York Times» y el dominical de «The Guardian».

Mark calla. Esta vez el gurú no tiene consignas globales. ¿Me gusta?

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