Mayte Alcaraz

Fernández

Dos hombres moderados y de pocas palabras tienen la llave de la gobernabilidad

Mayte Alcaraz
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Javier Fenández tiene ante sí una misión difícil: indultar a un partido, el PP, al que el suyo, el PSOE, se ha encargado de criminalizar como si fuera la reencarnación del mismísimo diablo. Frente a él, otro hombre moderado y también poco dado a las estridencias, Mariano Rajoy, tiene otra misión de no menor calado: atornillar con garantías de estabilidad la investidura que se propone presidir sin humillar demasiado al contrincante que, hasta hace tres cuartos de hora, le llamaba indecente y le deseaba las siete plagas bíblicas. Es decir, de ambos se espera grandeza y altura de miras. Ese no es, convengamos, un valor que caracterice a la nueva política, pero, precisamente porque tanto Rajoy como Fernández no pertenecen a la moda de los 140 caracteres ni ejercen su trabajo desde un pinganillo televisivo, es imprescindible que suban un par de peldaños para gestionar las próximas dos semanas en las que se escribirá la mejor o la peor página de la historia reciente.

Un político muy cercano a Javier Fernández me hacía la siguiente reflexión: «Con Rajoy se puede entender porque ambos son de pocas palabras y con un sentido de Estado parecido. Ahora bien, el PP tiene que mostrar generosidad porque el PSOE que se construya ahora debe alejarse de Podemos y volver a la senda socialdemócrata, y para ello no hay que despertar los fantasmas recientes de radicalización de la militancia». Eso sí, ese notable socialista cree que Fernández sabe que no tiene una posición de fuerza y será razonable en la negociación tanto interna como externa. Es decir, que nadie espere del presidente asturiano un golpe en la mesa o una señal de que por sus venas corre sangre caliente. Lo que va a hacer lo hará sin mayor ruido. Ya le echó flema a la dura pelea entre Fernández Areces, su antecesor en la presidencia asturiana, y Fernández Villa, su padrino sindicalista que al correr de los años terminó investigado por apropiarse indebidamente de más de 1,2 millones de euros de los mineros. Dicen los que le conocen que cuando tuvo que deshacerse del líder sindical lo hizo con dolor pero sin concesiones al sentimentalismo. Traicionó su confianza. Y adiós. Algo parecido a lo que ocurrió con Pedro Sánchez. Fernández le presentó en su puesta en escena –con enorme bandera y beso marital incluidos– días antes del 20-D. Se dieron un abrazo, pero el presidente asturiano no le quitó ojo desde entonces. No se equivocó: su vocación torticera por acudir a las bases a refrendar su intención de podemizar el PSOE y borrarle su esencia socialdemócrata le escamaron desde el primer día. Como a Felipe González, también a Javier Fernández le engañó Sánchez. Decía al interpelante lo que quería oír y luego, junto a César Luena y sus apoyos territoriales (las perdedoras Idoia Mendía, Sara Hernández y Francina Armengol), hacía justamente lo contrario.

Por eso ahora merece una oportunidad y Mariano Rajoy debe, aunque legítimamente busque un mandato estable, facilitarle el camino. Y de paso, a los españoles.

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