Los farsantes

Mentiras, traiciones, hipocresía, encubrimiento. En la histeria de su propio vértigo hasta se mentían entre ellos

Ignacio Camacho

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Aplicada al conflicto de Cataluña, la palabra farsa -en su acepción segunda: «acción realizada para fingir o aparentar»- no es una metáfora sino una definición directa, literal, cristalina . No sólo porque todo el procés se haya basado en la intensiva explotación de mitos y de supercherías, ni porque los bulos y las patrañas fueran usadas por el nacionalismo como eficaces armas de intoxicación masiva, sino porque toda la actuación de los dirigentes secesionistas ha constituido una apoteosis de la mentira. Mentían al Gobierno , a los medios de comunicación, a la sociedad catalana entera, y se mentían entre ellos para zafarse de las consecuencias de su propia deriva. Así lo atestigua el flamante memorial autoexculpatorio del exconseller Santi Vila, «De héroes y traidores», un relato urgente y en apariencia arrepentido sobre la histeria política que dominó aquellos convulsos días. Aparecen allí, entre otros dramatis personae, un Puigdemont sobrepasado por las circunstancias, a ratos iluminado y a ratos pesimista; una Marta Rovira inestable y fanática y un Junqueras desdoblado en una esquizoide falsía. Todos perfectamente conscientes, sin embargo, de haberse embarcado en una aventura imposible, en una fuga inútil por el interior de un laberinto sin salida.

Ese ambiente de ofuscación trastornada retrata desde dentro la mendacidad intrínseca de todo el proyecto. Un juego de dobleces, manipulaciones y engaños tramados con plena conciencia del enredo. Una colección de tretas y señuelos destinados tanto a burlar al Estado y sus leyes como a estafar a su propio pueblo con la paparrucha del destino manifiesto. Ni se creían lo que decían ni podían creérselo porque se trata de gente esencialmente desleal, embustera, acostumbrada a no decirle la verdad ni al médico, aliada con la traición, la hipocresía y el encubrimiento. Tipos de una oblicuidad torticera, de los que no cabe esperar un solo atisbo de nobleza o de proceder recto.

Por eso hay que poner en cuarentena toda su conducta en el posproceso. Desde los arrepentimientos de conveniencia ante los jueces hasta el culebrón de la investidura, todo es parte de un mismo propósito falaz que trata de complicar aún más el atolladero. La misma candidatura del preso Jordi Sànchez representa un mero pretexto para denunciar al Supremo en los tribunales europeos. No piensan dar marcha atrás porque quedarían desenmascarados ante sus seguidores, con el cartón al descubierto; ya no tienen otro camino que persistir en la simulación bajo cualquier fórmula y por cualquier medio.

De ahí que el Estado, sabiendo lo que ahora se sabe, carezca de margen para otorgar el beneficio de la duda. El propio Vila se extraña de que las élites de Madrid y Barcelona concediesen confianza a Junqueras sin percatarse de su fenomenal impostura. La primera vez que te engañan la culpa es del mentiroso, pero la segunda es tuya.

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