Edurne Uriarte

El español odio a la derecha

La segunda parte de la historia de Pedro Sánchez acabará como la primera, aplastada por el peso de las urnas

Edurne Uriarte
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También en Francia ganó las primarias socialistas el candidato radical, Benoît Hamon, frente al moderado, Manuel Valls. Lo que indica la influencia común del populismo rampante allí y aquí. Y también en Francia el PS se enfrenta a la amenaza electoral de una extrema izquierda cada día más fuerte, la de Jean-Luc Mélenchon, el podemita francés que ha obtenido casi un 20% de votos en la primera vuelta de las Presidenciales. Lo que indica, a su vez, el mismo dilema ideológico, en el PS y en PSOE, sobre la evolución del socialismo.

Pero hay una particularidad del socialismo español, una diferencia española, seguramente el factor explicativo más importante de la elección de Pedro Sánchez en las primarias

. Es el tradicional odio a la derecha. No a la extrema derecha, no a la derecha antidemocrática, que es, por otra parte, residual en España, sino a la mayoritaria derecha democrática. La campaña de sus primarias se ha construido fundamentalmente sobre ese elemento, el rechazo a la derecha y la acusación a Susana Díaz de sostenimiento del Gobierno del PP.

El elemento emocional, esa intolerancia a la derecha, explica que tal idea tergiversada haya podido funcionar en contra de los datos de la realidad, el doble triunfo electoral del PP y la imposibilidad de una coalición alternativa de perdedores del PSOE. Y el elemento emocional explica igualmente el triunfo del candidato con menos posibilidades de llevar al triunfo al PSOE y con más posibilidades, a su vez, de favorecer electoralmente a Ciudadanos y al PP. Al primero, por los votos socialistas moderados que puede recoger, al estilo de Macron en Francia, y el segundo, por lo mismo y por los votos en favor de un Gobierno estable y fuerte que va a representar aún con más fuerza a partir de ahora Mariano Rajoy.

La derecha tiene un problema de imagen en muchos lugares por su tradicional minoría en los medios culturales y periodísticos, pero en España hay un fenómeno específico de intolerancia a la derecha democrática. Que explica, por ejemplo, la opción por un líder, Sánchez, que prefiere un pacto con partidos independentistas y antiespañoles antes que con la derecha democrática. O con la extrema izquierda que ayer recibía a los independentistas en el mismísimo ayuntamiento de la capital de la nación (Carmena) o que ordena retirar banderas nacionales en Barcelona (Colau) o que prohíbe el himno nacional en una pueblo valenciano (Compromis). Esto nos diferencia de los países de nuestro entorno donde la lealtad a la patria puede hasta con la diferencia izquierda/derecha.

Y este socialismo radical es el que ha celebrado la victoria de Sánchez cantando la Internacional, lo que nos da una idea aún más profunda del origen de este odio. En una Europa donde nadie admite los gestos y símbolos fascistas, el nuevo líder de nuestra oposición reivindica en España el himno comunista a estas alturas de la evolución de la democracia. Y como si tal símbolo del totalitarismo comunista fuera perfectamente aceptable en una democracia.

Y es altamente improbable que haya inquietud y movilización alguna contra este socialismo radical que canta la Internacional y piensa en una moción de censura con la extrema izquierda y los independentistas. Al menos no la hubo durante los ocho meses en que Sánchez intentó impedir el Gobierno de la derecha que había ganado las elecciones. Seguramente, la segunda parte de su historia acabará como la primera y de la misma manera que su homólogo francés, aplastado por el peso de las urnas.

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