Jon Juaristi - PROVERBIOS MORALES

Desfachateces

O de cuando la basura se recicla como la misma basura

Jon Juaristi
Madrid Actualizado: Guardar
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¿Se acuerdan ustedes de un tal Ignacio Sánchez Cuenca, supuesto profesor de alguna cosa indefinible en la Universidad Carlos III? Lo traje a esta columna el año pasado con ocasión de la llegada a las librerías de un libelo suyo titulado La desfachatez intelectual, donde se metía con un montón de gente (con varios amigos míos y conmigo mismo, entre otros). Como poco después se demostró, dicho libelo formaba parte de una campaña para establecer una lista definitiva de intelectuales reaccionarios y, en consecuencia, ajusticiables tras la inminente llegada al poder de una gran coalición de izquierdas encabezada por Pedro y Pablo (doble nombre, por cierto, de una famosa cárcel de San Petersburgo). Luego las cosas no salieron como esperaba el autor, pero Sánchez Cuenca no se hizo el harakiri, que habría sido el único gesto honorable en su indecente vida de soplona.

Por el contrario, ha vuelto a la carga casi un año después.

¿Con otro libelo, acaso? No. Con el mismo, en la misma editorial, sin retocar la portada, pero con una tirilla premonitoriamente negra alrededor en la que puede leerse: «Nueva edición ampliada, con la réplica de Sánchez Cuenca a las críticas de Savater, Azúa, Juaristi, Cercas…». En efecto, el pollo ha añadido un epílogo de veintiséis páginas bajo el modesto título de «Críticas y reacciones: un intento de respuesta». De mí dice lo siguiente, en la página 228:

«Lo más divertido de todo es que, antes de conocer mi libro, Juaristi había dedicado una entrada en el blog “Lo que no se dice”, el 3 de marzo de 2016, a comentar una entrevista que me hicieron en la revista digital Ctxt. En aquella entrevista yo exponía muchas de las tesis que aparecen en el libro y ponía ejemplos de varios autores… pero en ninguno de ellos mencionaba a Juaristi. Sin imaginarse que él figuraba en la primera página del libro como ejemplo eximio de desfachatez, Juaristi mostraba, de forma civilizada y sensata, sus puntos de acuerdo y desacuerdo con mis tesis. Cuando cayó el libro en sus manos y descubrió que él era una (sic) de los aludidos, el tono de la críica (sic) se volvió un poco menos ‘amigable’, por decirlo de alguna manera».

Por supuesto, todo es mentira. Nunca escribí nada en el mencionado blog, ni comenté en él entrevista alguna a Sánchez Cuenca en no sé qué panfleto digital. Tras indagar sólo un poco, porque el asunto no era muy difícil, comprobé que el titular del blog y autor de la entrada en cuestión es un ciudadano llamado Paulo Hernández, a quien no conozco de nada, como él mismo podrá confirmar si se lo preguntan. Nos hallamos, pues, ante otro infundio más de Sánchez Cuenca, que ni siquiera ahora se aplicará el seppuku.

¿Cómo se inventa estas sandeces el pobre Ignacio? ¿No es consciente de lo sencillo que resulta desmontarlas? ¿Acaso es verosímil que yo apruebe las infamias que se escriben contra mis amigos Azúa y Savater, por ejemplo? No menos absurdo resulta suponer que me puedan interesar las paridas de Sánchez Cuenca si no me atañen directamente (Savater y Azúa se defienden muy bien ellos solos). Pero lo que parece ya verdaderamente escandaloso es la permanencia de semejante membrillo al frente de un instituto financiado por la Universidad Carlos III y la Fundación Juan March, desde donde ejerce de turbina en estercolero. Ni una ni otra institución necesitan seguir pagando impuesto revolucionario a un detrito tóxico del zapaterismo. Por mi parte, suspendo cualquier relación personal con ambas hasta que cierren el grifo de las subvenciones al chiringuito de marras, e invito a los demás insultados por Sánchez Cuenca (y a la gente decente en general) a hacer lo mismo.

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