Christine

Una fotografía hermosa para una vida triste

Christine Keeler AFP
Luis Ventoso

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La foto es un emblema de los sesenta, del burbujeante Swinging London, cuando la puritana sociedad inglesa comenzó a admitir que existía algo llamado sexo (hasta entonces su plan favorito en la cama eran las bolsas de agua caliente). En esa imagen en blanco y negro, tomada en junio de 1963, la modelo y pequeña stripper Christine Keeler posa desnuda, pero tapada por una silla en forma de mariposa, imitación de las del diseñador danés Arne Jacobsen . La fotografía es excelente y la guapa –o atractiva– Christine, de solo 19 años, lanza una mirada entre provocativa y enigmática. La silla se expone hoy en el . No es para menos, pues la foto tomada en ella fue la pica final que derribó a un Gobierno y liquidó 13 años de hegemonía conservadora. Christine se acaba de morir de una enfermedad pulmonar crónica. Tenía 75 años y arrastraba un comprensible amargor. En su cara, gruesa y abotargada, nada quedaba de la chica sensual y casquivana que puso en jaque al establishment. «Hasta los criminales tienen derecho a una nueva vida, pero a mí jamás dejaron de llamarme prostituta», rezongaba en su ocaso, cuando vivía de la caridad, o del enésimo relato del escándalo que tatuó su vida, el caso Profumo.

John Profumo , de clase linajuda, casado con una actriz, era el ministro de Defensa. Christine había salido de los arrabales más ignotos del Gran Londres. Infancia de novela de Dickens: padre que huye, unas cocheras sin luz ni agua como hogar y un padrastro que pronto abusa de ella. Un embarazo frustrado a los 15. Otro a los 17. Pero Christine es guapilla y decide buscarse la vida en Londres como modelo. Acabará de bailarina de destape en un antro del Soho. Allí el destino la cruza con un osteópata, un charlatán de ilustre clientela, y se hacen amigos. Él organiza fiestas, a veces orgías, en mansiones de campo de la jet. En 1961, la chica, de 19 años, conoce en una de esas farras al ministro de Defensa, Profumo, y retozan unas semanas. Pero Christine se acuesta al tiempo con un espía soviético, Ivanov, agregado naval de la Embajada Rusa. El doblete se hace público. En plena Guerra Fría, y en una sociedad todavía muy pudibunda, se arma la escandalera. Profumo miente al Parlamento y niega toda relación con ella. Pero se verá forzado a dimitir. En octubre de 1963, el caso de la pequeña cabaretera del Soho se lleva también por delante al premier Harold MacMillan . Hoy todo resulta casi risible.

Profumo purgó su baldón limpiando baños públicos del Este de Londres como voluntario, con su mujer siempre a su lado. Fundó una organización caritativa y acabó siendo rehabilitado. La Reina lo distinguió y Thatcher lo invitaba a sus cumpleaños. Murió con 91 años en 2006. Ivanov, el agente ruso, falleció a los 68, tras una borrachera de trazas suicidas. Christine jamás tuvo paz. Trabajos malos a salto de mata. Parejas crueles. Pobreza y olvido, mientras se rodaban películas sobre su aventura y le componían canciones. «Ni siquiera tenía cabeza para retener los secretos que Profumo pudiese contarle en la cama», confesó Ivanov pasados los años. La foto sigue siendo bonita. Pero viéndola hoy dan ganas de rezarle un Padrenuestro.

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