Antonio Burgos

Lo que va bien

Ay, si en España no se hubiera cambiado lo que iba bien, como que la educación dependiera del Gobierno central

Antonio Burgos
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HABÍA en Sevilla un veterano gran periodista con artículo diario en el periódico del Movimiento, Celestino Fernández Ortiz, que en sus textos citaba cada dos por tres a don Eugenio d’Ors. Como a pesar de la diferencia de edad e ideología me honraba con una cercana amistad, me atreví un día a preguntarle por derecho:

—Celestino, ¿por qué citas tanto a Eugenio d’Ors?

Y con la verdad en la mano me confesó:

—A ti sí te lo puedo decir, Burguitos. La mayoría de las veces esas frases que pongo entre comillas como de Eugenio d’Ors no son de él, sino mías: me las he inventado yo. Lo que ocurre es que si las digo yo, creen que son pamplinas; pero si las atribuyo a D’Ors, son de geniales para arriba.

Tan socorrido como D’Ors a estos efectos suelen ser Oscar Wilde y Churchill. Si Wilde y Churchill hubieran escrito tordas las frases ocurrentes y certeras que se les atribuyen, como estocadas hasta la bola de la quintaesencia de la sabiduría, sus obras completas no cabían en la Biblioteca Nacional. Atribuciones muchas veces bien intencionadas, pero con autoría no comprobada. Por eso me atrevo a decir que me parece que es de Churchill una frase que compendia la táctica y estrategia con las que Rajoy ha resuelto su investidura: «Lo urgente es esperar». Rajoy ha esperado con franqueo triple de sello de urgencia y sentado a la puerta de su casa, o sea, de La Moncloa, ha visto pasar el cadáver de su enemigo Pedro Sánchez, que, como cuatro duques a María de las Mercedes, cuatro barones del PSOE «lo llevaban por las calles de Madrid».

Al comentar su nuevo Gobierno, Rajoy ha pronunciado una frase que parece de los mentados D’Ors, Wilde o Churchill: «Lo que va bien no se cambia». Y no ha cambiado a los ministros que funcionaban. Y ha quitado, por ejemplo, al que siendo titular de Asuntos Exteriores no había nada que le gustase más que pronunciarse sobre un asunto interiorísimo, cual el separatismo catalán; con lo que otorgaba extraterritorialidad de la Patria y extranjería independentista a una autonomía que forma indisoluble y constitucional parte de España.

La frase del cambio de Gobierno, tan juanramoniana, a lo «no la toques ya más, que así es la rosa», ¿es del mismo Rajoy o la han pasado, tomada de un libro de citas? Si se trata de lo primero, urge pedir una remesa importante de mármol de Macael para grabarla. Es una espléndida norma de gobernación y aguja firme de marear para llevar por estos procelosos mares de la minoría mayoritaria la tópica nave del Estado. Si algo funciona bien, ¿para qué cambiarlo? En caso de que pertenezca al acervo del pensamiento contemporáneo o clásico, tampoco está mal traída la frase. Ay, si en España no se hubiera cambiado lo que iba bien, como que la educación dependiera del Gobierno central y nunca hubiera sido transferida a las autonomías. O que la Sanidad perteneciera al común Territorio Insalud y no a las diecisiete organizaciones hospitalarias y a los diecisiete mil modos de recetar como medicinas dudosos genéricos comprados en subastas que sabe Dios dónde los han fabricado y qué principios activos (o más bien inactivos) llevan. Ojalá se mantenga Rajoy en sus trece y no cambie lo que va bien. Por ejemplo, esa España de la recuperación económica que aquí notamos como ausente, pero de la que en «Financial Times» y en «The Wall Street Journal» hablan maravillas cada día.

Y hasta lo que no iba bien, va divinamente tras esa frase. Verbigracia: toma posesión Zoido como nuevo ministro del Interior y trincan en Francia al Irastorza, diz que el último jefe de la ETA; a ver si de verdad es el último. Vamos, que si Zoido, encima, iguala el sueldo de los policías nacionales con los mozos de escuadra catalanes, es para alargar la afortunada frase de Rajoy: «Lo que va bien no se cambia... salvo para ponerlo de cine.»

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