Mayte Alcaraz

Anacronismos

Las injustificables lecciones de franceses e ingleses

Mayte Alcaraz
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Hace pocos días compartí una interesante tertulia con un periodista británico, leído y amable, y otra colega francesa, no menos educada y solvente. Tocaba hablar de las lecciones que ha dejado el triunfo de Macron. Pero antes se cruzó por el plató Franco. Más bien su fantasma, aquel al que la izquierda acude cuando faltan mejores argumentos. En especial el PSOE que, obligado a sobreactuar para sacudirse las acusaciones de ser el costalero de la derecha, ha desempolvado estos días todo un clásico, cual es pedir la exhumación de los restos del dictador y, prepárense a escuchar en breve la socorrida denuncia del Concordato con la Santa Sede. Lástima que Felipe González primero y luego José Luis Rodríguez Zapatero (21 años de gobierno socialista nos contemplan) no hayan movido jamás un dedo hacia una u otra dirección.

Vaya por delante que no me hace feliz que los restos de Franco coronen un monumento de exaltación a la dictadura que nunca debió ser tal, pero también creo que mover su cadáver no nos haría ni un punto más libres ni dignificaría nuestra democracia. Y ahí es donde me detendré. Porque en pleno debate sobre el futuro de esa cripta, el compañero británico usó como argumento de autoridad que la BBC, ¡nada menos que la admirada BBC!, le había entrevistado, como buen conocedor de nuestro país, por el «anacronismo» del Valle de los Caídos y la inexplicable custodia de ese mausoleo por parte de la Iglesia. Reconozco que mi paseo por estudios televisivos y de radio me ha sensibilizado en extremo sobre la pulsión de muchos periodistas españoles por denostar a España, una de las mejores naciones del mundo, como consecuencia de una suerte de desahogo de frustraciones personales o, incluso, como mercancía seudointelectual para llenar la nevera. Antes los periodistas se quejaban del caviar que había que comer para llevar los garbanzos a casa, hoy muchos podrían cambiar ese manjar por su machacona insistencia en poner a caldo a nuestro país. Pero vuelvo al periodista británico. Escuchar a un súbdito (digo súbdito y digo bien) de Su Majestad hablar de «anacronismos» en España y de interferencia de la Iglesia en la vida pública cuando su Jefa de Estado –en tantas cosas admirable– es, además de Reina, cabeza de la Iglesia, me hizo retorcerme en la silla.

La cosa no fue mejor cuando mi contertulia francesa habló de la progresista República francesa y de los valores de libertad, igualdad y fraternidad que vertebran su vida pública. Todo a colación del papel que tendrá la nueva primera dama gala, un cuarto de siglo mayor que su presidencial marido. Sé que para mi caso está aconsejado el yoga mental pero ya era excesivamente tarde: oír a una ciudadana francesa hablar de libertad cuando la tan europea sociedad parisina ha cuchicheado y puesto a caldo a esta pareja por no haber conformado una familia convencional; hablar de igualdad de derechos cuando su país incauta de entrada a una mujer su apellido para imponerle el del esposo; o hablar de fraternidad cuando 11 millones de franceses han votado a Le Pen que no defiende precisamente la fraternidad con los inmigrantes fue demasiado para mí. Pero, eso sí, en España se vive fatal, somos racistas y enterramos cristianamente a los dictadores.

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