David Gistau - LLUVIA ÁCIDA

El actor

Hernando continúa como portavoz parlamentario de la gestora que liquidó al líder del cual fue personaje secundario

David Gistau
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Después de un suceso tan virulento como la erradicación de Sánchez, uno habría tendido a pensar que ningún superviviente de su equipo se plantearía siquiera continuar al servicio de sus propios liquidadores. No digo que los subalternos de un líder político deban, por norma, ser como soldados de terracota que acompañen hasta la misma tumba a su señor. Pero, después de semejante sangría, parecía difícil que un sanchista se pasara sin más a las filas contrarias y procediera, con tal de sobrevivir, a interiorizar con toda naturalidad posturas contrarias a aquellas que Sánchez convirtió en un Álamo ideológico en el que todo defensor debía guardar una última bala para sí mismo. Dicho de otra forma: el tránsito del «no es no» a la «abstención técnica» parecía imposible de justificar, no ya como mudanza doctrinal del partido, sino en cuanto a conducta individual.

Pues esa proeza darwinista, de adaptación al medio, la ha conseguido Antonio Hernando. Admirable. Continúa como portavoz parlamentario de la gestora que liquidó al líder del cual fue personaje secundario, como Pedrín de Roberto Alcázar. Continúa el más aguerrido y desabrido fustigador del PP y proselitista del No, esta vez para decir justamente lo contrario con la misma adusta trascendencia. Con semejante cuajo, ni siquiera le costará apretar el botoncito de la abstención que tanto avergüenza a otros muchos «noístas» que se sienten tan humillados de tener que hacerlo que ese día preferirían faltar inventándose una abducción por extraterrestres. Estoy deseando escucharlo en el próximo debate de investidura y hacer un análisis comparativo con sus intervenciones públicas anteriores.

Antonio Hernando no me parece interesante como arquetipo de chaquetero, de supervivente que en el desastre busca una solución individual y «se pasa». Me lo parece como ejemplo de hasta qué punto, a menudo, la política está teatralizada. La pasión con la cual los oradores defienden principios forma parte de una interpretación que no comprime al político, sino que lo hace flexible para que al día siguiente pueda defender cualquier otra cosa, por más contradictoria que esta sea, con una convicción idéntica. Hernando representa en este sentido una profesionalidad absoluta, una destilación de cierto cinismo que en el acervo occidental tengo relacionado con la Democracia Cristiana de Andreotti tal y como la catalogó Sciascia en su ensayo sobre la muerte de Aldo Moro. A mí Hernando me tranquiliza, porque lo que me asusta es un chiflado utópico que de verdad se cree los delirios que suelta cuando fantasea con la violencia revolucionaria de las grandes hazañas históricas y con fabricar un orden nuevo sobre los escombros y los cadáveres del anterior. Mucho más útil en democracia es el taimado actor parlamentario que no se cree nada, a excepción de la propia supervivencia, y que sólo pide que el guión le llegue a tiempo para aprendérselo.

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