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'Inside out'

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Hay mañanas en las que tiene uno la sensación de haber desayunado bizcochos de marihuana como los diez incautos veraneantes de Conil que se dieron el banquete de sus vidas. De haberlo desayunado, o de que son los otros los que se desayunan habitualmente con el mismo ingrediente secreto. Si no, no hay manera de entender este mundo. Y eso que desde que he visto la última película de Pixar, comprendo a la perfección que son mis emociones las que acostumbran a vivir en un parque de atracciones, no yo. Confiéselo, usted también ha visto Del revés, más que nada porque, qué otra cosa se puede hacer con niños en una ciudad en la que no existe nada programado para los niños -bueno, sí, desde ayer, «agosto is coming», hay tres carpas de algo en las tres playas- y porque, desde que vio el final de Toy Store 3 supo usted ya para siempre que en un combate entre la vida y el paso del tiempo, la victoria siempre es para el paso del tiempo.

Por eso, para retenerlo, para ir ganando batallas contra el tiempo, hizo Pixar el milagro de devolvernos cada temporada al lugar del mapa donde Rilke localizó la patria del hombre, a la infancia. Ese lugar donde son las emociones las que dominan -aunque algunos siguen dominados por las emociones cuando ya peinan canas-y donde los días son tan eternos que la memoria no necesita tener historia. Sin aún no ha ido a verla, no espere más. Y, a ser posible, no vaya con niños. Ellos no la entenderán -aún- y usted podrá encontrar respuesta a la pregunta eterna de todo padre de adolescente «¿En qué momento se ha convertido mi encantador niño en un repugnante jabalí?»

En fin, que como nada es perfecto, aquí les ha dado por traducir el nombre de la película 'Inside Out' por 'Del revés', algo que desmerece por completo el mensaje que intenta trasmitirnos pero que se ajusta como un guante a la situación actual. «Al revés te lo digo para que me entiendas» dice el refrán y también el título preliminar de la ley de esta selva en la que vivimos. Al revés te lo digo, y a lo mejor, me entiendes, parece decir el Alcalde cuando intenta dar justificaciones a lo injustificable. Que el alcalde vaya a o no vaya a recoger la medalla del Nazareno no es una cuestión tan importante como para estirarla tanto. Ha ido, pues muy bien. Sus motivos tendría. Pero de ahí, a implicar en sus motivaciones a media humanidad, va un camino muy, muy largo y muy, muy tortuoso. Porque por mucho que quiera -y deba- ser el alcalde de todos no puede pretender que todos le aplaudan cada uno de sus movimientos (el traje, el coche, Elcano, las barbacoas, el cónsul bueno.). Y como dice el latinajo 'excusatio non petita, acusastio manifiesta'. Así que excusas como las del tatuaje en el pecho de sus votantes resultan de una extravagancia y de un infantilismo tremendo, mucho más cuando solo le ha servido para tener el primer encontronazo con sus socios de gobierno. Había mil maneras de decirlo, tradición, tipismo, antropología, respeto a las instituciones, costumbrismo, apuesta con su prima Carmeluchi. de todas las que había escogió la del tatuaje. Sus motivos tendría. Igual que tendría sus motivos para haber llamado siempre «el teatro del parque» a lo que todo el mundo en Cádiz llamaba «el Pemán». Qué le vamos a hacer. Ya le dije que la mente es maravillosa y el equilibrio entre los sentimientos es tan complicado como gobernar una ciudad.

Definitivamente, después de mucho pensarlo -y sin bizcocho de marihuana de por medio- llega uno a la conclusión de que hay que darles tiempo. Más tiempo. El ser humano crece en la medida en que va superando frustraciones y nada debe ser más frustrante que levantarse cada mañana y ver en qué nuevo charco ha metido la pata. Tiempo, los famosos cien días de la garantía, esos cien días que a Susana Díaz se le han pasado volando-ahora se va a enterar de verdad cómo pasan los días- y que Teresa Rodríguez ha aprovechado para observar que los parlamentarios son unos hoolingans que se gastan el dinero de las dietas de agosto en sus vacaciones y para descubrir que los debates del Parlamento Andaluz «aburren a las ovejas», a pesar del tono bronquista que suelen tener las largas sesiones. Pues sí. Los debates son como la «cosa chunga» que tan poquísimo le gustaba a María Romay. Pero no hay otra.

Y en el fondo, está bien. Cuando uno descubre la parte chunga es cuando realmente empieza a crecer y a comportarse como un adulto. Porque el fin de la infancia no es más que un proceso doloroso -o no- por el que la alegría pierde su lugar predominante en favor de un sistema de percepciones mucho más rico y más complejo en el que empiezan a tener cabida la tristeza, el asco, la ira... y es cuando uno comprende que no se puede agradar eternamente a todo el mundo, aunque se intente.

En el fondo, me gusta este alcalde que se equivoca cada mañana y que cada tarde intenta corregir los ejercicios mal resueltos. De los fallos es de lo que más se aprende, dicen los que entienden de estas cosas, y rectificar es cosa de sabios, dicen los que acuden en peregrinación al refranero. En el fondo, me gusta asistir al crecimiento de nuestro alcalde. Y eso que no he desayunado bizcochos de marihuana.

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