El sospechoso, en el rastreo de su finca de Toledo, el jueves
El sospechoso, en el rastreo de su finca de Toledo, el jueves - ISABEL PERMUY
Casa de los «horrores»

«Bruno tenía delirios, estaba obsesionado con que le perseguían y lloraba mucho»

Una conocida del casero del «chalé de los horrores» relata a ABC cómo era su conducta

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Laura (nombre ficticio) aún se encuentra en estado de «shock». La mujer acaba de enterarse por ABC de que Bruno H., el joven al que conoció hace tiempo en un centro psiquiátrico, es el presunto autor de la desaparición y muerte de Adriana Gioiosa, su inquilina en el chalé de Majadahonda. Y que, además, podría estar tras la incógnita del paradero de su propia tía paterna, Lidia H., de la que no hay rastro desde hace cuatro años. La Guardia Civil sospecha que su sobrino también pudo matarla en un arrebato.

«Era un chico simpático y amigable», recuerda Laura

Conforme avanza la conversación con este periódico, Laura va recordando datos de aquel chico: «Es imposible que hiciese algo así, me cuesta creerlo.

Bruno no era peligroso en comparación con otros internos del centro». El detenido, como se ha venido informando, tenía una habitación propia en el «chalé de los horrores» majariego, pero en pasaba la mayor parte del tiempo en casa de su padre, en Móstoles. «Trabajaba en una empresa de construcción», dice Laura, en referencia al negocio de reformas del que Bruno era administrador único y que, curiosamente, tiene sede social en la mostoleña calle de Larra, 15. Justo donde dejó aparcado el coche de Adriana tras presuntamente matarla, decuartizarla, intentar picar su cuerpo en una trituradora de carne y después arrojarlo a tres contenedores de basura.

«Él ingresó por esquizofrenia -continúa Laura-, tenía delirios. Estaba obsesionado con que le perseguían... Incluso estando medicado. Pero a la semana lo sacaron del centro, no sé si para trasladarlo a otro o porque le dieron de alta. Le visitaban su padre y otra persona que no sé quién era».

No quería medicarse

Se trata de uno de los tres o cuatro ingresos psiquiátricos del presunto homicida, entre 2011 y 2014. El primero, por propio deseo de Juan Enrique, el padre de Bruno. En los siguientes casos, el último por espacio de menos de un mes, por brotes violentos causados por la negativa del enfermo a tomar su medicación. No constaban, sin embargo, reseñas por agresiones.

«Era un chico simpático y amigable», recuerda Laura que, sin salir de su asombro, insiste: «¿A cuántos ha matado?. Porque no era violento en el centro, todo lo contrario. Lloraba mucho». Le califica como «bueno jugando al ajedrez, culto y que sabe hablar inglés muy bien». No en vano, Bruno vivió buena parte de su adolescencia en Puerto Rico, con su padre, su madrastra y su hermana. Luego, al regresar a España, pasaba temporadas en la localidad salmantina de Terradillos, de donde es parte de su familia paterna. Aunque Bruno nació en Sarria (Lugo).

Laura, visto el resultado del tratamiento impuesto al presunto homicida, expone también sus quejas del sistema: «La psiquiatría en este país es pésima».

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