CÁDIZ

LAS PATERAS DE LA VERGÜENZA

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Lo tienen claro. La mejor puerta de entrada para llegar a Europa es España. Y de España, el Estrecho de Gibraltar. Lo saben las mafias y lo saben los inmigrantes ilegales, que se lanzan a la desesperada al mar en un intento, demasiadas veces en vano, de alcanzar un futuro mejor. Lleva años ocurriendo, aunque en los últimos tiempos el fenómeno se está recrudeciendo. Y se recrudece fundamentalemente por dos razones. La primera es la repulsiva política de inmigración de Marruecos. Subsahariano que llega, subsahariano que expulsan al desierto de Argelia sin ningún tipo de miramiento. Lo abandonan a su suerte y la frontera entre ambos países es un hervidero de gente deseosa de cruzar hacia España. Las mafias allí hacen su agosto. Ofertan plazas a precios desorbitados a ciudadanos de diversas países con los que España no tiene acuerdos de repatriación.

Los que consiguen llegar, en la mayoría de los casos, son interceptados por la Guardia Civil, que los lleva a centros de acogida de inmigrantes. Y esta es la segunda causa. El problema ya lo tiene España. La mayoría de los que llegan, al no tener patria reconocida, no pueden ser devueltos a sus países de origen. Y esos centros de acogida están saturados. Tanto, que no hay más remedio que dejarlos libres pese a no tener documentación. Y entonces inician su peregrinación al norte, ya que obviamente a la provincia de Cádiz solo la quieren como puerta de entrada. Aquí no hay nada que rascar, de hecho, la tasa de paro es mayor que en varios países africanos.

Esta historia, así contada, de forma tan impersonal, esconde cientos de dramas a los que no dedicamos nuestro tiempo. Bastante drama tenemos ya. Pero es una auténtica vergüenza que haya autoridades, a una hora de patera de aquí, que abandonen como perros a seres humanos. Casi tan vergonzoso como que otra gente sea capaz de explotar económicamente semejante vergüenza, montándolos no ya en pateras, sino en lanchas hinchables como las que usamos para jugar en verano en la playa. Sabiendo que muchos de ellos -mujeres y niños incluidos- morirán. La miseria de la condición humana, a veces, no deja de sorprender. Y por la parte que nos toca, quizá sea el momento de replantearnos otra política respecto a este asunto. Aunque sea porque, como ya dijo el Selu, cualquier día somos nosotros los que tenemos que huir de aquí en patera.