Opinion

Lágrimas y más lágrimas

Sin sentimentalizar el discurso político, el zapaterismo no habría logrado un embrujo tan duradero

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Un crítico literario no debe reseñar el libro de un amigo, del mismo modo que un juez es recusable cuando ha de juzgar a un enemigo. Hoy me apetece escribir del libro de Santiago González 'Lágrimas socialdemócratas'. Y lo estoy haciendo, pues ni me dedico a la crítica ni nos une la amistad. Alguien afirmó: un amigo es aquel a quien le cuentas que has matado a una persona y te ofrece ayuda para deshacerte del cadáver. Tengo un sentido muy restrictivo de la amistad, porque creo que uno no debería ser cómplice de asesinato más de cinco o seis veces en la vida.

Sin embargo, sí conocía a Santi antes de leer 'Lágrimas...'. Y ahora le conozco mucho mejor. Critica en el libro la querencia socialdemócrata a sentimentalizar la política, el afán de los gobernantes de transmitirnos su estado de ánimo sobre los acontecimientos -para que nos apiademos- en lugar de actuar sobre ellos. Y lo hace desnudando a los dirigentes del PSOE a partir de sus declaraciones públicas. Su texto es una reflexión -no una diatriba, que de ésas ya hay muchas en las librerías- sobre el estilo del zapaterismo, que él hace extensivo a lo progresista y lo socialdemócrata. Aquí surgen mis discrepancias con su tesis. Primero, porque la emocionalidad en la política no conoce ideologías, véase el 'conservadurismo compasivo' de Bush, sin ir más lejos. Y segundo, porque ZP no es socialdemócrata: llegó al poder sin que supiéramos nada de su pensamiento político y lo abandona dejándonos igual de suspensos, con tan solo una certeza: un socialdemócrata no habría concedido el mismo cheque-bebé a una madre soltera y a Ana Patricia Botín.

Admito que mi discrepancia viene a dar la razón a González, pues resulta innegable que, sin sentimentalizar el discurso político, el zapaterismo no habría logrado un embrujo tan duradero. Ocho años y aún no sabemos qué querían hacer con España (suponemos que no era esto). En todo caso, el problema no es que el corazón político de los humanos tenga razones que la razón no comprende, sino que tardemos demasiado en atender las razones de la razón. El libro de Santiago González lo ilustra con un fino sentido del humor, para compensar tanto lagrimeo, y de forma magistral, o sea, como los maestros del periodismo: respaldando cada afirmación con un hecho o una frase. Su rigor infatigable tiene algo de antiguo, por desgracia. Lo imagino anotando durante horas, leyendo, escribiendo, tachando. Y siento cierta preocupación al pensar que, cuando coma con él para discutir afanosamente sobre su libro, acabe buscando otro lugar más donde se pueda ocultar un cadáver.