MAR ADENTRO

Serrat sigue dando el cante

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Vale que el jazz nos mata dulcemente y el jondo nos clave un quejío en la yugular del alma. Que revivimos con las rumbas y morimos con los tangos. Que, como en 'Pretty woman', la ópera nos moja las bragas pero la chanson nos moja los ojos. Participé con mi generación en la creación del rock and roll, de la canción de autor, del punk y de la movida. Les juro que sigo siendo de la peña de Carlos Cano y de Marifé de Triana. Cierto es que amamos el pop y los ritmos de África, un arpa andina de las que cada sábado hace sonar Amaru Inti en el hotel Playa o el lolailo con que Camela nos acompaña junto a los mercadillos y las máquinas tragaperras. Cierto que creemos en Dios Padre Paco de Lucía todopoderoso, que es uno y a la vez, con Camarón, dos personas distintas. Pero el Nano es el Nano, ¿qué quieren que les diga? Y es que ese tipo del ripio raro y la voz de cabra ya estaba allí cuando empecé a afeitarme y soñaba con ser un titiritero ale hop de feria en feria. Cuando creía que la tieta era mi tía Josefita que se fue a Barcelona en el transmiseriano, que era como llamaban antaño a los trenes andaluces que iban hacia el norte como en aquella canción de Joaquín Sabina. Serrat fue conmigo al baile de las debutantes y como tuve celos de él le traicioné por Deep Purple. Era el hermano mayor que nunca tuvimos, el que nos pasaba de extranjis gastados ejemplares de 'Paris Hollywood' y oscuros versos claros de Antonio Machado, de Miguel Hernández o de Joan Savalt Pappaseit. Con él supimos que decir amigo es decir ternura y que las pieles de manzana se acaban ajando y nadie grita ya nuestro nombre por los extraños rellanos del tiempo. No es un cantante, no es un poeta, no se lo pierdan: Joan Manuel Serrat nos avisó del peligro de las bandadas de pájaros y de las recuas de borregos. Y nos alertó de que el cine de los sueños suele ser demolido por la ambición de las constructoras de pesadillas. Que el sur también existe, nos repitió con Mario Benedetti cuando empezamos a desnortarnos. Ha escrito obras maestras en dos idiomas distintos, como le describió Luis Eduardo Aute, no hace tanto. Y quizá lo más importante sea que con versos en la boca de Tito Muñoz, Serrat sigue llevando el carnet de majara en la cartera.

Si alguien creara un partido de Serrat seguro que ganaríamos por mayoría y no sólo en las autonómicas catalanas. En sus filas, lo mismo cabe su paisano Miguel Poveda que nuestro Javier Ruibal. Ambos, anoche, tenían previsto echarse unos cantecitos a la salud del Nano, en presencia de otros dos serratistas de generaciones distintas: el escritor Rafael Marín, que se hizo ciudadano con él en 1978, y Luis García Gil, que ya escribió una primera aproximación a ese menda que cree con razón que una canción de amor es más revolucionaria que cualquier otra. Ahora, vuelve a sorprendernos con un libro de más de cuatrocientas páginas, que ha publicado Milenio y que se titula 'Serrat, cantares y huellas'. Lleva prólogo de José Ramón Pardo y de Ismael Serrano. Pero lo más importante es que sus letras pueden tararearse con los ojos. Y que Serrat sigue dando el cante en vivo y en directo o a través de sus capítulos.