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Lunes, 10 de julio de 2006
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Las dos caras del mago Zinedine
Tras realizar un gran partido, marcar un penalti asombroso y dejar su estela de genio en amplias fases de la final, el astro francés ensombrece su despedida del fútbol siendo expulsado por agredir a un rival
Las dos caras del mago Zinedine
LA PEOR DESPEDIDA. Zidane propina una cabezazo en el pecho a Materazzi, que cae al suelo. El francés fue expulsado en su último partido en activo. / EFE
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Era difícil esperar otra cosa que una ejecución en la tanda de penaltis de la que esta vez, cumpliendo su ciclo histórico, Italia salió victoriosa. Y es que, en su máximo grado de tensión competitiva y de recursos físicos y atléticos por parte de sus protagonistas, el fútbol actual es lo que se vio ayer en Berlín: una gran batalla, un pulso tremendo e igualadísimo que sólo se desequilibra con la bendición de la fortuna. Puede que a los estetas o a los espíritus más sensibles no les convenzan este tipo de guerras sin cuartel, pero esto es lo que hay. Lucha, emoción, sudor, oficio y hombría en un cóctel al que, durante su elaboración, se le añaden a veces gotas de las mejores y peores esencias del fútbol. Pues bien, todas ellas se reunieron ayer en un futbolista grandioso que se despedía del fútbol jugando la final: Zinedine Zidane. Sobre el penalti que marcó el capitán de la selección francesa en el minuto 5 se podría escribir un tratado. Serían páginas sobre la confianza en uno mismo, sobre el talento y la valentía de los campeones para afrontar los mayores retos, que son los que uno se hace a sí mismo. Tuvieron que ser unos segundos eternos.

¿Y si le sorprendo? ¿Y si se la pico? La pregunta empieza corroer el cerebro del campeón. Recuerda a Panenka o a Helder Postiga en la tanda de penaltis ante Inglaterra en la Eurocopa de Portugal. (En la del otro día, el portugués no repitió la suerte y engañó a Paul Robinson, que se quedó de pie, haciendo el don Tancredo). Y llegó el momento de lanzar y 'Zizou' se hizo más grande que nunca. Metió la bota por abajo, el balón se elevó despacio, tocó el larguero y, tras botar dentro, salió hacia fuera. Un gol para la historia.

El 1-0 animó al jugador marsellés, que siguió jugando a un gran nivel. A ése que hace que muchos de sus seguidores sigan preguntándose por qué ha decidido abandonar el fútbol, por qué se va un futbolista como él, capaz todavía de dejar momentos inolvidables, y por qué otros, francamente olvidables, insisten tanto en quedarse. La repercusión de 'Zizou' en el juego de Francia fue ayer lo grande que ha venido siendo en este Mundial. En la segunda parte, de hecho, fue superior a Italia a pesar de la lesión de Vieira. Merecieron más 'les bleus', ciertamente. Lo mismo ocurrió en la prórroga, sobre todo en su primera parte. Ribery dispuso de una ocasión magnífica para coronarse en el minuto 99, pero su disparo salió fuera. Domenech le sustituyó por Trezeguet, que acabaría errando el penalti decisivo, en la siguiente jugada. Y en el minuto 103 llegó la gran ocasión de Zidane; un remate de cabeza al que Buffon le respondió con una magnífica parada. La estrella del Real Madrid sufrió mucho con esa ocasión desperdiciada. De haberla metido hubiese cerrado un círculo genial de ocho años. Dos goles de cabeza a Brasil en la final de 1998 y otros dos a Italia en la final de 2006. ¿Estaría lamentándose de ello en la segunda parte de la prolongación? Sólo él lo sabe. El caso es que, a poco de iniciarse la segunda parte de la prórroga, por razones desconocidas, en el estadio de Berlín apareció de repente la peor versión del astro francés; ese mister Hyde que ensombrece su figura deportiva y sorprende a todos sus devotos. Nadie sabe dónde está ni de dónde sale esa fiera en un hombre bueno y tímido como él. Probablemente, ni el propio Zidane lo sabe. Pero existe. El mundo te observa y te admira. Has hecho un Mundial extraordinario. Ya te colocan en el santoral del fútbol. Son los minutos finales de tu despedida, el equipo te necesita más que nunca y tú sueñas con levantar la Copa del Mundo. Y, de repente, no piensas en nada. Se te cruzan los cables, te vas directo hacia Materazzi y le agredes. Un segundo después estás arrepentido, recuperas la cordura y te vas hacia los vestuarios llorando tu expulsión y esa forma cruel que ha elegido el destino para que te despidas. Y estás seguro de que no habrá suerte en los penaltis, que un expulsado no levantará la Copa del Mundo.



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