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Lunes, 10 de julio de 2006
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CULTURA
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Miró, naturaleza interior
La Casa Pemán y el Museo Provincial acogen desde hoy la muestra 'Paisajes', la más relevante de este artista universal que se ha organizado en Cádiz
Miró, naturaleza interior
'Sin título, sin fecha', 1981. Acrílico sobre tela, 161,5 x 130,5 cm. Donación del artista.
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Arraigados en el bagaje sentimental y cultural que porta cada individuo se en-cuentran los paisajes que habitó, sobre todo los de la infancia. Si se abriese el doble fondo del equipaje vital de Joan Miró (1893-1983) aparecería, enraizado, un paisaje mediterráneo. Una intromisión, ésta, innecesaria porque el artista catalán ya lo reveló a lo largo de su obra, siendo hilo argumental, trasfondo e inspiración de ella. Joan Miró. Paisajes analiza esta comunión entre autor y naturaleza, en la que es la exposición más relevante que se ha organizado en Cádiz sobre este creador, considerado uno de los nombres imprescindibles del arte en el siglo XX.

Un total de 60 obras de diversas técnicas y estilos -entre pinturas, dibujos, esculturas y obra gráfica-, procedentes de los fondos de la Fundació Pilar i Joan Miró de Mallorca, componen una muestra que se exhibe simultáneamente en el Museo de Cádiz y en las salas de la Casa Pemán desde este mismo lunes. Piezas que van desde su etapa de formación, a principios de 1900 hasta, y especialmente, de sus años de madurez. Una completa propuesta promovida por la Obra Social de Caja San Fernando en colaboración con la Consejería de Cultura, que hoy se inaugura de forma oficial.

Los lugares

Dos localizaciones: Mont-Roig del Camp (Tarragona) y la isla de Ma-llorca son las constantes referencias geográficas de las que Miró se sirvió para indagar sobre su interpretación de la naturaleza. La tierra seca tarraconense y el mar azul mallorquín nutrieron su espíritu. Pero su inspiración no es sólo mediterránea, también y aunque en menor medida, dejó constancia de su estancia en Normandía.

La identificación del artista con el paisaje comienza en los estíos pasados en Mont-Roig. Alejado del mundanal ruido, se dejaba impregnar de la atmósfera campesina para reparar en los pequeños detalles.

«Joan Miró escucha respetuosamente el silencio de sus paisajes queridos para conseguir evadirse en el absoluto de la Naturaleza. Observa y admira los ciclos de los animales y las plantas y descubre la vida secreta de cada cosa», ha dejado escrito Magdalena Aguiló Victory, directora de la Fundació Pilar i Joan Miró.

Institución, con sede en Palma de Mallorca, que contiene los talleres y la casa en los que el artista trabajó desde 1956 hasta su muerte. Algo así como una aldea ubicada sobre un cerro desde el que se vislumbra el mar entre una vegetación típicamente mediterránea. Éste paisaje es al que hace referencia el grueso de las obras que componen la exposición que ha llegado a Cádiz.

Así, lo que empezó en el ambiente rural de Tarragona se completa y complementa con su última etapa mallorquina. Todo, desde la distancia y «la visión intelectualizada del habitante de la ciudad que observa el lugar desde una perspectiva muy diferente a la del habitante natural», según Aguiló Victory.

En el interés de Miró por esta temática, los expertos coinciden en señalar la influencia de quien fuera su maestro en la Escuela de la Lonja de Barcelona, Modest Urgell. Un pintor de paisajes ro-mánticos, del que heredó la delimitación del espacio por la línea del horizonte. También en la pintura románica y en las estampas japonesas que tanto admiraba se pueden detectar influjos.

El artista catalán, en su particular proceso de interiorización del entorno, se apoyaría en una concepción de la Naturaleza similar a la de culturas tradicionales como la tahoísta o la de ciertas tribus africanas que postulaban una armonía y una ausencia de jerarquías entre seres animados e inanimados. Aún más, para Aguiló Victory, «su obra transmite un sentido mágico que conecta con fuerzas atávicas». El propio Miró, en una entrevista, afirmó: «Cada grano de polvo posee un alma maravillosa. Pero para comprenderla, hay que recuperar el sentido mágico y religioso de las cosas, el de los pueblos primitivos»...

Las obras

Hasta hoy, el Museo de Cádiz, sólo había visto colgar de sus paredes un Miró: Peinture 1950 con el que da inicio a la sala que dedica al arte contemporáneo. Una obra que ahora se verá arropada por una extensa serie de composiciones que arrancan con el primer óleo que se conserva del artista, un paisaje de 1908, que pintó con tan sólo 15 años.

La exposición transita por los escenarios creados desde esta fecha y se detiene particularmente en la década de los 70. Y es que Miró, fascinado por él, cultivó el paisaje desde su etapa de formación hasta su madurez. Joan Miró. Paisajes recoge su evolución técnica y formal, aunque «sin renunciar por ello a una cierta continuidad compositiva, espacial y temática», tal y como señala María Luisa Lax, jefa del Departamento de Colección de la Fundació. La conservadora explica: «En las primeras décadas del siglo XX, fue evolucionando, a través de la influencia de Cézanne, van Gogh, el fauvismo, cubismo, dadaísmo y surrealismo, desde la mímesis del modelo exterior hacia la plasmación de un modelo procedente del mundo interior».

Las indagaciones de Miró en busca de ese modelo interior, le llevó por las sendas del puntillismo en Mont-Roig, el pueblo (1916); del fauvismo en la Ermita de San Joan de Horta (1917); del futurismo o cubismo en Siurana, el camino (1917); del realismo, como en El tejar (1918); de la pintura japonesa tradicional Mont-Roig, vignes et oliviers (1919)... Hasta que en los años veinte decidió olvidar su obsesión por el modelo exterior para destilar de la realidad su esencia, recurriendo a los símbolos y a los signos para representar, por ejemplo, un Paisaje catalán. Evolucionó para decantarse por los fondos monocromos, por la ausencia de detalles descriptivos y el vacío atmosférico y la espontaneidad de ejecución, propia del surrealismo que abanderó, tal es el caso de Diálogo de insectos (1925).

Obras de todas las épocas y estilos que se completan cuadernos de dibujos, bocetos y fotografías que muestran al autor trabajando.

Los símbolos

Tierra, árboles, piedras, animales, astros... son los motivos que se repiten en sus creaciones.

El árbol como resultado de la energía vital que encierra la tierra, como regenerador de vida y como vía de comunicación entre el cielo y la tierra. De ellos, su predilecto, el algarrobo. También persiste el binomio cielo y tierra, con la presencia frecuente del sol, las estrellas y la luna como fuentes de energía. Elementos simbólicos que se integran en su afán de experimentación y de búsqueda de la simplificación, de la esencialidad, no tanto de los paisajes en sí, sino de lo que significaban para él. En definitiva, una búsqueda de la propia sustancia interior que le unía a la naturaleza.



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