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Lunes, 3 de julio de 2006
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MIRADAS AL ALMA
Un quemarse por dentro
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A dónde van todos los besos que no nos atrevimos a dar, todas esas disculpas que nuestro orgullo no nos dejó expresar? ¿A dónde fueron esas declaraciones que nuestros labios no pronunciaron? A veces creemos que todos esos impulsos que no dejamos fluir embarcaron en un barco de alguna lejana orilla con la bandera del desconsuelo, y que ese barco de remos nostálgicos se hundió en las profundidades de un mar perdido. Pero esto no es así, todo aquello que no dejamos huir queda atrapado en el pozo de nuestros sentimientos, ese que profundo y oscuro guarda en silencio lo que un día debió salir.

Pienso yo que son todas esas sensaciones y heridas ocultas que poseemos aunque no queramos, las que liberamos en forma de pintura, de canción, de escultura o de escritura. Así nos desahogamos y nos curamos de todo aquello que nos atormenta en las noches de angustia, noches de interminable desazón. El orgullo viene a ser el mayor enemigo para la honestidad. Esas personas sumamente orgullosas guardan con celo dentro de sí todo un mundo de sinsabores que no quisieron aclarar en su momento, y que no les deja vivir en paz. Todo en exceso es negativo, y el orgullo en demasía hace más mal que bien. A veces vemos, sin saber por qué, que uno comienza a llorar sin un motivo explícito, cuando cree que nadie lo escucha ni ve. Y esto es por tanto retener en ese pozo interior de amarguras que termina por rebosar y salir en forma de lágrima por nuestros ojos. Lágrimas de culpa, de pena, de lo que se fue y no volverá, de unas noches que debieron terminar al alba con la piel desnuda y que a causa de no dejar libertad al amor, no gozamos de aquello que debió ser. Noches de cadenas de acero, de miradas al suelo, noches en la que no dijimos... te quiero.

El corazón es fugitivo y libre, y no quiere escuchar a la razón ni a la mente. Es una lucha de lo que se debe y lo que se quiere, y a veces, sólo a veces, sería mejor sentir que pensar. Puede que el resultado nos traiga problemas, pero no guardaremos nostalgia y herida por dentro. Uno sangra por fuera y vemos su color de rojo velo. Mucho peor es sangrar por dentro, porque esas heridas las sufrimos y no las vemos. Heridas que no sanan con vendas sino con la paz espiritual que da el sentirse realizado, el decir lo que uno siente de manera desnuda y abierta, sin el temor al frío del invierno ni al calor de un fuego. Un quemarse por quemarse que con encanto se hace hielo.



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