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Domingo, 2 de julio de 2006
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Por puntos
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Por puntos (1), como el carné de conducir que acabamos de estrenar, quiero expresar algunas reflexiones sobre este asunto que nos concierne tan directamente como peatones- y como conductores. Ésta es la primera consideración: que nadie escapa al efecto de las nuevas medidas, que a todos nos afecta por activa o por pasiva, salvo que vivamos en alguna burbuja extraterrestre, al margen de la ley de la gravedad.

2. Por cierto, que esa -ley de la gravedad vial- hubiera podido ser la denominación genérica del «paquete de medidas» que el Gobierno ha puesto en marcha para intentar rebajar en un 40% las muertes en carretera. Porque conducir cualquier artilugio de motor comporta un hecho grave -y que cae por su propio peso- cual es el de poner en riesgo la propia vida y la de los demás. Porque caminar por cualquier calle, camino o vial de la naturaleza que sea, conlleva el riesgo de perecer arrollado -y sin previo aviso- por los antedichos vehículos.

3. Las medidas vienen tarde -más vale que nunca- y eso que la cifra diaria de muertos -entre 20 y 30, según el director general de Tráfico- hace años que venían reclamándolas. Las normas ahora sustituidas datan, en algunos casos, de principios del siglo pasado y se correspondían con un panorama de vehículos de tracción animal frente al actual marcado por la no menos animal atracción fatal de la velocidad -de 0 a 100 en 15 segundos, 200 y más km/h, etc.- posible merced a los motores de gran potencia cuya presencia se ha generalizado en el mercado.

4. A diferencia de otras reformas legislativas, ésta cuenta con un consenso prácticamente total. Bienvenido sea. Esperemos que se trate de un consenso resistente al éxito tanto como al fracaso. Que ya está bien de jugar al tablero político moviendo fichas mortuorias y esquelas de duelo.

5. El dolor de las víctimas de accidentes de tráfico, en particular las de los atropellos tipo Farruquito, urgía esta reforma de la letra de la ley, del mismo modo que requerirá ahora del pulso firme de los jueces encargados de aplicarla caso a caso. A ellos les toca vigilar que nadie que haya atentado contra la vida ajena se vaya de rositas, envuelto en ese halo de impunidad que hace más hondo y sangrante el dolor de los familiares.

6. Después de conocer de cerca a muchos de estos familiares, de intentar a través de la televisión ampliar el eco de sus demandas y paliar la negrura de su desamparo, no puedo entender, no entiendo, a los que objetan las reformas en marcha en nombre de una libertad de circulación tan ultraliberal como inhumana.

7. Toda ley requiere de herramientas eficaces y en cuanto a las de tráfico ya conocemos las oficialmente previstas: aumento del número de radares, incremento de la dotación de agentes -guardia civil y homólogas de las Comunidades autónomas con competencias en la materia. Algo es algo, pero su insuficiencia resulta patente a la vista de la huelga anunciada por los trabajadores de la DGT y de las críticas formuladas por la Asociación Unificada de la Guardia Civil.

8. Me queda solo el octavo punto -el tope que se concede a los conductores noveles- para decir breve pero apasionadamente que el futuro de la reforma no depende del Ministerio del Interior sino de nuestra capacidad para interiorizar la ecuación libertad/responsabilidad cada vez que pongamos nuestras manos en un volante.



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