La voz Digital
Domingo, 2 de julio de 2006
  Alertas   Envío de titulares    Página de inicio
PORTADA NOTICIAS ECONOMÍA DEPORTES OCIO CLASIFICADOS SERVICIOS CENTRO COMERCIAL PORTALES


OCIO
ANTONIO MORENO CALDERÓN 'EL PELAO' CABALLO DE ORO 2005
A mi aire «El colegio no me gustaba y con diez años me escapaba para estar con los caballos»
Con unos envidiables 93 años, Antonio se emociona cada vez que recuerda a su gran amigo Álvaro Domecq y Díez, con el que vivió gran parte de su vida
A mi aire «El colegio no me gustaba y con diez años me escapaba para estar con los caballos»
'EL PELAO'. Antonio Moreno, en su domicilio junto al Caballo de Oro de 2005. / JORGE GARRIDO
Imprimir noticiaImprimirEnviar noticiaEnviar

Publicidad

Me espera en su casa de La Espléndida con la ilusión de un niño que recibe una visita distinguida -hecho que me produce cierto respeto y algo más de orgullo-, y con unos envidiables 93 años que todos quisiéramos. Es el ganador del Caballo de Oro del 2005 de Jerez de la Frontera.

«Menos mal, ya era hora», me dice alguien cuando le comento mi intención de homenajearlo.

Antonio Moreno Calderón El Pelao, apodo «que seguramente vendrá porque mis tatarabuelos no tenían un duro», sintió desde muy niño la necesidad de estar junto a los caballos: «Y como yo era muy espabilao, un día me acerqué por el Jockey Club y le hablé al preparador que me dijo: 'vente mañana'. Y allí me quedé, ganando una peseta y cincuenta céntimos hasta que me fui a Madrid con Barreiro -un billete de tren valía cuarenta y ocho pesetas-, que le compró un caballo al conde de Monte Lirio por dos mil. El conde no ganaba una carrera con sus caballos ni por asomo, hasta que yo monté aquel y después de siete años sin montar, de siete caballos ganaron cinco. Con trece ya montaba en carreras y una vez me quité seis kilos en una semana para correr, y con diecinueve regresé a la Yeguada Militar hasta que me fui al servicio, a Infantería. Mira qué cosas, yo dedicado a los caballos y no me tocó Caballería. Al salir me coloqué en el Club de Polo donde enseñé a jugar entre otros al conde de Peraleja y a su hermano don Francisco, a don Pedro Domecq de la Riva, a don Ignacio Domecq, a don Fernando González, en fin Cuando aprendieron yo jugaba con ellos».

«Mi familia es lo mejor que tuve en mi larga vida, pero en el año 1941 conocí a don Álvaro Domecq -cuando me habla de él sus ojos se humedecen y un nudo atora su garganta-, y encontré otra. Yo trabajaba con su hermana doña Carmen, que al vender los caballos me dejó sin faena. Entonces hablé con él que me convirtió en su mano derecha y amigo. Su hijo Alvarito tenía entonces un año. He cazado con el Rey y llevo a gala que en una ocasión, aunque no podíamos saludarlo para no alargar el acto, el Rey se acercó y me abrazó. Eso nunca lo olvidaré -vuelve a emocionarse-, ni cuando me entregaron el trofeo don Álvaro, debía estar a mi lado. He pasado 82 años de mi vida montando a caballo, hija», me dice afectivo.

«El caballo es muy inteligente y noble. Yo nunca maltraté a ninguno. Una breve señal con las espuelas y éste te entiende. Con él me siento como una pieza. Hace unos días fui a ver a mi potrilla Dalía, hija de Gresca, y después de dos años sin verme vino corriendo a comer de mi mano. Los animales se acuerdan de quién los trata bien y yo les hablo con apego, los acaricio y con mi pensamiento les trasmito cosas que ellos, a su manera, entienden».

«También me gustan los toros. En cierta ocasión, en Cádiz, don Álvaro toreaba con Juan Belmonte y me concedió el privilegio de matar el toro que lidió -sus ojos se cubren, hablar de don Álvaro ya fallecido le resulta muy duro y sus palabras se entrecortan mientras abraza su foto-. Me llamaron cuando ocurrió y allí me quedé con él hasta que se lo llevaron. No me moví de su lado porque se iba mi mejor amigo», -no puede acabar su palabras-. «El día que retiraron a Alvarito de la Real Escuela -don Álvaro Domecq Romero-, también me sentí muy mal porque era la esencia. En la Real Escuela empezamos Alvarito, Javier García Romero, Antonio Diosdado, Manolo Vidrié, Manuel Méndez Cañero y yo -me sorprende la rapidez de pensamiento a sus años-, y me queda la satisfacción de haber compartido mi tiempo y de haber hecho las cosas bien a lo largo de mi vida».

Cunden sus recuerdos. «He montao caballos preciosos: Jerezano, Napolitano, Nuncio, Vendaval, Nardo, Marqués, Quitasol, Martinete, que está en Australia, muchos Con ellos estuve en Londres, París, Holanda, Bélgica, Austria, Viena, Portugal, México, etc. Una vez curé a la famosa yegua Espléndida de don Álvaro de una pulmonía con brandy Fundador -sonrío pero me hace ver que es cierto-. Y en Londres me harté de comer cebollas porque no me gustaba la comida, hasta que encontré un restaurante donde me expliqué como pude y me sirvieran huevos fritos con patatas».

Entre sus trofeos está el de La Asociación de Charros de México, que en 1978 le entregó una gran placa como prueba de gratitud por su dedicación al caballo.

«A mí me costaba criar a Gresca sesenta y dos mil pesetas mensuales lo que me resultaba penoso, pero la quería tanto que me lo quitaba de otras cosas. De los trofeos ni me acuerdo ni me importan demasiado, el que yo quería tener es éste que don Álvaro recibió en octavo lugar. Sé que no se lo dan a cualquiera y estoy muy agradecido, aunque cuando me dijeron que me lo daban me quedé tan campante porque sé que me lo merecía».

La periodista recuerda a Santa Teresa cuando dice que «reconocer la verdad es una virtud más», y aquella expresión de Antonio Moreno Calderón El Pelao mirando al cielo al recibirlo como diciendo: «¿Va por usted don Álvaro!», soportando las lágrimas mientras su nieta Anastasia, con su prima Ana al lado, agradecía el otorgamiento.

«Pero lo que más ha llenado mi vida ha sido la amistad con don Álvaro y su familia -enmudece compungido y nuevamente se emociona-. Era un caballero y el mejor jinete que había en el mundo, una eminencia que hasta saludando tenía estilo. Su arte era incomparable».

«En equitación, ir lentamente es estar seguro de llegar pronto. Si vas muy de prisa no llegarás. La doma es calma y paciencia». Y Antonio Moreno Calderón, El Pelao, con el Caballo de Oro en sus manos me despidió satisfecho y con una hermosa sonrisa.



Sudoku Canal Meteo Horóscopo
Vocento