Wayne Rooney cayó preso de los nervios, de su inmadurez, cuando los británicos más le esperaban, esperanzados de que los goles de su joven estrella les permitiera pasar a la fase semifinal. Lejos de redimir sus pecados, el delantero del Manchester United evidenció en Gelsenkirchen que, a sus 20 años, sigue siendo un 'niño malo' e incorregible, con un pronto fatal para sus equipos.

Operado el 29 de abril de una fractura de metatarso sufrida en un duelo contra el Chelsea, su presencia en el Mundial fue una incógnita hasta el final. Sven Goran Eriksson lo reservó ante Paraguay, pero le permitió debutar ante Trinidad y Tobago. No aportó nada y también pasó desapercibido en los partidos frente a Suecia y Holanda, pero todos confiaban en que su gran calidad daría muchas alegrías a la selección inglesa.

Ayer, ante los portugueses salió pasado de revoluciones. Tanto que, a los 61 minutos y tras un forcejeo de los muchos que hay en cada partido, propinó un alevoso pisotón en sus partes nobles al central del Chelsea Ricardo Carvalho. A la calle. Rooney no escarmienta.

En septiembre pasado, vio la roja en su visita a Villarreal por aplaudir con sarcasmo al colegiado. Convencido de poder ser elegido el mejor joven del Mundial, se marcha de él con una mancha imborrable. Habrá que ver si le perdona una hinchada que le adoraba, pero que no puede dejar de ver que la expulsión de su niño prodigio perjudicó enormemente al equipo.

El caso es que Inglaterra tiene la negra con las expulsiones y los penaltis en los Mundiales. David Beckham arrastra fama de culpable desde octavos de final del Mundial de Francia contra Argentina en Saint Ettienne. En aquel partido, David cayó en la trampa que le tendió el argentino 'Cholo' Simeone y dejó a Inglaterra en inferioridad. Argentina acabó pasando en los penaltis y Beckham fue acusado abiertamente de la eliminación, al haber dejado al equipo en inferioridad numérica durante muchos minutos del partido.