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Miércoles, 28 de junio de 2006
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TOROS
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Bochornoso paripé de corrida en la Feria de Burgos
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Quizás no sea el momento pa-ra hablar de una mala corrida en la plaza de Burgos, donde a la empresa de Justo Ojeda se le reclaman estos días una serie de incumplimientos fundamentalmente de parte de la propiedad del coso, el Ayuntamiento, que canaliza las quejas de la afición. Posiblemente la culpa de esa mala corrida no sea del todo de la empresa. Pero las cosas son como son, y así hay que contarlas.

La corrida de ayer, mucho más que una desvergüenza, es un atentado a la fiesta en sí. Impresentable corrida en lo que a toros se refiere. Los seis de José Luis Marca, antítesis de la bravura.

Porque una cosa es que salgan mansos, con las dificultades propias que puede plantear el toro de tal condición, y otra es que sean borricos con cuernos. Con pocos cuernos, habría que advertir.

Espectáculos así atentan contra la verdadera esencia de la fiesta de los toros . De forma que para acabar con ella no harían falta antitaurinos. Los enemigos de los toros, según el mal ejemplo de Burgos, están dentro del propio negocio taurino. A la falta de afición y de escrúpulos del ganadero hay que unir también la pasividad del resto.

A todo esto, los primeros actores de la función, entiéndase los toreros, haciendo el paripé, o ni eso. El caso de Finito de Córdoba, ausente por completo, como si no fuera con él. Se apoyó en la nula aportación de sus toros para inhibirse de sus funciones. Mató con brevedad al que abrió plaza, pero tardó más en el otro, huyendo en siete pinchazos.

A César Jiménez no parecía importarle mucho la tomadura de pelo que significaba aquello, poniéndose el hombre muy en su papel.

Su primer toro se cayó cuando le hacía pasar por alto, y a partir de ahí se pegó un simulacro de parón que no venía nada a cuento. No podía el animalito con el rabo, mientras Jiménez se empeñaba en meter miedo. Ridícula secuencia. El quinto, el único toro que medio se mantuvo en pie, terminó también tragándose los muletazos a media altura y muy espaciados.

Jiménez le dio muchos desahogos para evitar que se viniera abajo y así vender de nuevo un paripé de faena. Lo más Kafkiano fue que después de un pinchazo y media estocada el bendito público burgalés sacara unos cuantos pañuelos en los que el presidente se apoyó para conceder un ridículo trofeo. El colmo de la desvergüenza.



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