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Miércoles, 28 de junio de 2006
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Nacidos para jugar al fútbol
Brasil es una selección única por sus costumbres, su forma de entender este deporte y su filosofía de vida
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En la parte inferior de la camiseta de Brasil hay cosida una etiqueta con la leyenda 'Nacido para jugar al fútbol'. La frase es más que representativa del sentimiento que este deporte despierta en uno de los países más extensos del mundo y que resume en los términos 'balón' y 'Dios' la mayoría de sus cuestiones. Resulta complicado echar un vistazo a un mapamundi y no encontrar un estado en el que no juegue un brasileño en un equipo profesional. El año pasado, 804 futbolistas emigraron a lugares tan pintorescos como Azerbaiyán, Surinam, Hong Kong, las Islas Feroe o Vietnam, mientras que la suma en las últimas cuatro temporadas supera los tres mil jugadores alejados de su país.

Pero la estructura del fútbol en Brasil no es un ejemplo de organización. Poco podría esperarse de un campeonato en el que un equipo va a un estadio y su rival a otro para enfrentarse entre ellos en una semifinal; o en el que un perro (Biriba) compartía los premios de los jugadores porque correteaba por el campo para romper el ritmo de los contrincantes del Botafogo; o en el que las esposas de los futbolistas desvelan a la prensa las discusiones internas del vestuario. Sin embargo, se trata del fútbol más laureado del planeta, de la bandera del 'juego bonito' y del vigente campeón del mundo. En ningún otro lugar se establece por ley que los juzgados cerrarán durante los partidos de su selección en la Copa del Mundo o en el que se modifica a diario la jornada laboral en función del calendario de la competición. Los novios brasileños han evitado para escoger la fecha de su boda las coincidencias con los encuentros mundialistas y varias escuelas de samba acompañan a sus jugadores en Alemania, como vienen haciendo desde hace muchos años. No hay tampoco muchas selecciones en las que el trayecto en autocar esté siempre acompañado de música de tambores y cantos, parte de mística, parte de diversión. Antes de saltar al césped, todos los que forman la selección se reúnen en el vestuario y rezan, confiando su suerte al Altísimo. Dos ejemplos de devoción son los autógrafos que firman Mineiro y Zé Roberto: el primero incorpora la dedicatoria 'Dios es fiel', mientras que su compañero recuerda con un garabato que 'Jesús te ama'. Numerosas son las muestras de mensajes escritos en las camisetas para enseñarlos al marcar un gol o vencer un partido. Quien cubre como periodista la información de este combinado escribe tantas veces la palabra 'gol' como 'Dios'. Paulo Coelho dijo que Brasil «olvida su historia para olvidar así sus derrotas». Pero con la selección es diferente. Cualquier ciudadano recuerda decenas de datos, nombres y apellidos, fechas, estadios, goles o errores. La prensa hace hincapié en detalles que a la mayoría pasarían desapercibidos y se habla de los jugadores que ganaron un Mundial como bicampeones, tricampeones o pentacampeones. El fútbol brasileño es diferente por muchas razones y una de las principales estriba en que hace la misma ilusión jugar en esa selección que enfrentarse a ella. Al fin y al cabo, cuando se consigue una de esas camisetas amarillas se está recogiendo un recuerdo de alguien nacido para jugar al fútbol.



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