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Miércoles, 28 de junio de 2006
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Los héroes alemanes
Klose y Podolski, que suman siete de los diez goles de la selección anfitriona, están convencidos de que ganarán el Mundial de Alemania
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El júbilo del pueblo alemán por los buenos resultados de una selección en la que no creía la mayoría tiene mucho que ver con la sociedad letal que forman sus delanteros Miroslav Klose y Lukas Podolski. Entre los dos suman siete de los diez goles teutones en cuatro partidos. Se compenetran de maravilla y hablan los mismos idiomas dentro y fuera del césped, ya que ambos son de origen polaco y mantienen profundas raíces con un país al que apearon en la primera fase. Como proclamó el bigoleador ante los suecos, están seguros de que pueden ser campeones. Les separan 'sólo' tres triunfos.

«La interpretación de los dos himnos nacionales en el partido que jugamos en Dortmund fue un momento extraño para mí», confiesa Podolski, que nació en la localidad silesia de Gliwice, aunque con sólo dos años se instaló con su padre en Bargheim, al oeste de Alemania. Lukas es un enamorado de la cultura polaca. Se sabe la letra del himno de memoria, habla polaco en casa y su novia es de allí. Visita con regularidad a su abuela Zofia, de 73 años. «Estar en casa es como estar en los dos paises», destaca este joven talento de 21 años que acaba de ser fichado por el Bayern de Múnich a cambio de 10 millones de euros para el Colonia y un sueldo de 2,5 millones anuales.

Pero este icono no es sólo fachada. Hábil, dinámico, con desborde y goleador, está más centrado en progresar que en el 'marketing'. Se mantuvo fiel al Colonia, club que le forjó desde la base, cuando descendió en 2004. Se convirtió entonces en el primer jugador de Segunda que era seleccionado desde 1975. La campaña siguiente marcó 24 goles y fue clave en el regreso de este clásico a la Bundesliga. Debutó con la 'Mannschaft' con 19 años, jugó la Eurocopa de Portugal y la Copa Confederaciones del año pasado.

No rindió en los primeros partidos de este Mundial, pero Klinsmann mantuvo la fe. Podolski le correspondió con un gol ante Ecuador. Su explosión llegó ante Suecia, a la que se merendó sin problemas. «Cuando Lukas confía en sí mismo y está en forma, es imparable», sentencia Klose.

«Me siento alemán»

«Yo me siento alemán», enfatizó el ariete cuando el periodismo local empezó a especular sobre las simpatías de su corazón antes del duelo ante los polacos. «Vine a Alemania hace 20 años, cuando sólo tenía ocho, y este es mi país. Ni siquiera conozco la letra del himno polaco», insiste, desmarcándose de Podolski. Pero, nacido en Oppeln, también lleva a su país de origen muy dentro.

Klose tuvo la posibilidad, pero jamás se planteó jugar con la selección rojiblanca. «Cuando actuaba en el Kaiserslautern, me preguntaron si me había planteado defender a aquel país. Pero, yo sabía que estaba en el buen camino para jugar con Alemania. Cuatro semanas más tarde, debuté», recuerda.

Sus comienzos no fueron nada fáciles. Cuando aterrizó en Alemania, desconocía la lengua y perdió a sus amigos. El fútbol fue la tabla de salvación de un tipo que heredó la afición su padre, Josef, que de joven fue profesional en el Auxerre. Su madre fue internacional polaca en balonmano. Con tales antecedentes, estaba predestinado al éxito.

Klose irrumpió en el Mundial de Corea y Japón. Era un completo desconocido cuando marcó tres goles a Arabia Saudí. Y de ahí al estrellato. Con 24 años, terminó como máximo goleador de su equipo, con cinco dianas. Apodado 'Salto-Klose', comenzó a recibir ofertas pero se quedó con el Kaiserslautern, donde el actual seleccionador de Grecia, Otto Rehhagel, le concedió su primera oportunidad profesional.

Su carrera se vio entorpecida. Pero en 2004, fichó por el Werder Bremen. Y ahí, tras un inicio difícil, forma uno de los temibles dúos ofensivos de la Bundesliga con el croata Klasnic. Se perdió por una lesión de rodilla la pasada Copa Confederaciones, pero regresó a lo grande en el Mundial. Y aún no ha dicho la última palabra.



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