Nadie se explica cómo es posible que el globo tardara tantos años en inventarse: la paja, la tela y el fuego, que fueron sus primeros componentes, se conocían desde la más remota antigüedad. Hasta el más moderno de sus ingredientes, el papel, se remonta al año 105 de nuestra era, cuando Ts'ai Lun informó al emperador Han de que lo había inventado utilizando materiales de desecho como corteza de árboles, bambú seco, cáñamo, paños viejos y redes de pescar. El caso es que hasta 1783 a nadie se le había ocurrido echar a volar un globo con la idea de transportar a un ser humano. La idea le vino a la cabeza a los hermanos Montgolfier, fabricantes de papel en un pueblecito cerca de Lyon. Consiguieron elevar uno hecho de papel engomado sobre tejido, quemando lana y paja en una barquilla para que el humo, menos pesado que el aire, lo hiciera elevarse. Desde entonces, los globos han servido para transporte, recreo, publicidad. Pero han pasado de moda y hoy la modalidad más conocida es la del globo sonda.

Políticamente hablando, el globo sonda está hecho con los mismos desperdicios que utilizaron los primeros aeronautas: un poco de papel, algo de paja, trapos sucios, redes de pesca y humo. Y a transportar opiniones, ya que no pasajeros. Económicamente, son más baratos que una encuesta y más rápidos que un Libro Blanco: se lanza al aire un globo sonda que anuncia cualquier decisión de Gobierno que parezca comprometida y, a la vista de la reacción ciudadana, la decisión se toma o no. Y si se toma en contra de la voluntad popular, el rechazo se desactiva. Ya no hay decisión política que se precie que no vaya precedida de un globo sonda. ¿Han contado ustedes la cantidad de esos globos que desde hace un año ha lanzado el Gobierno sobre el diálogo con ETA? Lo ha hecho para ir dinamitando el Pacto antiterrorismo, la Ley de partidos y el consenso en asuntos esenciales. ¿Cómo puede extrañarle ahora que medio país esté que monta en globo?