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Domingo, 4 de junio de 2006
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CALLE PORVENIR
Un poco de silencio
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El despliegue mediático en torno a la muerte de Rocío Jurado ha desbordado incluso las previsiones más descabelladas que cabía imaginar a tenor de la cobertura informativa de su enfermedad. En este mismo recodo de Calle Porvenir abogué hace unas semanas por poner límites al espectáculo. Lo hice invocando el principio de la autorregulación, del que algunos recelan en nombre de una concepción ultraliberal de la libertad de expresión. A la vista de lo ocurrido no puedo sino reafirmarme en lo dicho, pero, a la vez, me invade la incómoda sensación de remar contracorriente y un síndrome de profunda ingenuidad frente a la abrumadora realidad del tratamiento televisivo.

En primer lugar por la medida: mientras escribo, la suma de horas dedicadas por las principales cadenas a la noticia no deja de incrementarse. La operación ha disparado la competencia y ha hecho saltar por los aires las parrillas de programación en beneficio de ediciones especiales o de programas puestos en pie sobre la marcha. Salen a la luz los videos rememorativos elaborados durante los largos meses de espera. Parece que la apuesta no es quién lo cuenta mejor, sino quién da más. Ni los telediarios se libran del vamos a conectar en directo para conocer las últimas noticias, cuando la noticia sólo es una y no caben mayores novedades. La escalada llega al horario estelar.

Los programadores convocan a la cohorte de comentaristas del género. ¿Corazón? En Chipiona, ante la basílica de la Virgen de Regla (de la Regla ha dicho uno de los enviados especiales al lugar) un tinglado espectacular alberga la nube de cámaras que seguirán minuto a minuto la llegada de los chipioneros, de las celebridades de todo nivel y condición, y, finalmente del féretro y el séquito familiar. En medio de este tsunami mediático alguien, al parecer la familia de Rocío, aporta un destello de cordura de modo que la señal del interior del templo sea única. Misas en directo, dos. Con detalle de comunión, de abrazos fraternales, de homilías, de primeros planos a porfía. El dolor de la muerte en vivo y en directo. El de Rocío hija, arrasada en lágrimas mientras trata de aferrarse a uno de los claveles lanzados por los paisanos de su madre, el de José Ortega parapetado tras las gafas de sol, el de Amador Mohedano portando el féretro en la llegada al cementerio.

Y eso sin entrar al detalle de la narración, a la insoportable saturación de tópicos, a la sobredosis de adjetivos superlativos, al atracón de lugares comunes. Habrá que preguntarse qué vendrá ahora, con que materiales se alimentará la maquinaria del morbo sin vergüenza ni límites, la infernal maquinaria de hacer audiencias a cualquier precio.

La grandeza con que la Jurado ha soportado su enfermedad invitaba a una mirada más serena, más reflexiva, más respetuosa. El dolor de su irreversible pérdida también. Su condición de artista, de personaje público, de gran diva -la más grande- de la copla, el cante y la canción no justifica la desmesura general a la que acabamos de asistir. El duelo colectivo, incluídas las manifestaciones multitudinarias ante la capilla ardiente o en el momento del entierro, no tenía por qué invadir hasta tal punto el duelo íntimo de la familia, el sagrado e intransferible ámbito de su dolor. Nuestro pésame sincero sólo puede aspirar, como nos enseñaron nuestros mayores, a acompañar en el sentimiento. Así que, por favor, un poco de silencio. Que pare el ruido y se escuche sólo la voz ausente de Rocío.



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