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Sábado, 29 de abril de 2006
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CALLE PORVERA
Cuestión de confianza
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Hace mes y medio que voy con cierta frecuencia a los juzgados. No es que algún avispado inspector haya descubierto el complejo entramado de sociedades anónimas con que estafo casi treinta euros al fisco, ni que mi vecino se haya decidido por fin a cumplir sus amenazas de denunciarme por mi inocente tendencia a salir a regar los cactus en bragas de encaje y ligueros. No. Acudo a la Audiencia por cuestiones profesionales. Y sin esposar. En cualquier caso, se trata de mi reencuentro oficial con jueces, abogados, fiscales, funcionarios y el resto de la variada trouppe que conforma ese mundo aparte, cerrado y privativo, en que la justicia se dispende y se recibe, se asume, se enreda, acierta o se equivoca. Y escribo reencuentro porque ya tuve una experiencia iniciática, dolorosa y frustrante, como modesto juez de paz. Por entonces yo confiaba todavía en las instituciones, aunque también creía en el ratoncito Pérez y en la efectividad de esos parches que te perfilan a calambrazos las abdominales. En cuestión de días descubrí la feroz realidad de los expedientes acumulados, la falta acuciante de medios, las infraestructuras defectuosas, el cansino sistema de las comunicaciones escritas, los recordatorios, el peñazo insoportable de los estadillos... Ahora me ratifico en mi desconfianza absoluta en un sistema judicial mal diseñado y peor dotado, aunque confío plenamente en las personas que lo conforman. En cualquier caso, si hacen algo malo, mejor que no les pillen. Quizá no acaben en la cárcel, pero se les secará el cerebelo de mover papeles. Yo, por lo pronto, he dejado de salir en bragas al balcón: ahora me pongo un pareo a juego con el sostén.



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