Es fácil distinguir a Mustapha Riga dentro de un campo de fútbol. Cola de caballo al viento, negro como el ébano y con dos piernas como dos muelles, elásticas y fibrosas. Ayer en Chapín, al primer golpe de vista, se observaba la presencia del ghanés. Allá donde abarcaba la vista se veía al jugador del Levante disputando cualquier balón que quedaba suelto con la defensa azulina. En un cuarto de hora de encuentro, ya había realizado tres disparos a puerta, aunque ninguno entre los tres palos.
Si la puesta en escena del africano era de lo más vistosa, la del rubio central xerecista, estuvo en las antípodas. Últimamente, los defensas del Xerez, con el cambio de sistema pergeñado por Lucas Alcaraz, pasan de lo más desapercibido. Están todos tan arropaditos atrás, que apenas disponen de trabajo que repartirse. Eso ocurrió ayer en Chapín con Gerard Autet. Un par de balones largos, alguna que otra falta en las inmediaciones del área y varios balones perdidos fueron su tarjeta de servicios al acabar la primera parte.
Funesto segundo tiempo
Si los primeros cuarenta y cinco minutos fueron testimoniales para la retaguardia azulina, la segunda mitad significó el descalabro de la zaga. Los jugadores rojos pasaron como aviones por la retaguardia local. Dio la impresión de que la fortaleza física del Levante bastaba para imponerse a unos defensas, que en algunas fases de partido parecían ancianos, por la lentitud de sus movimientos.
Gerard no bastó ayer para contener a la panda de Riga, los Ettien, N'Diaye y compañía jugaban a otro nivel, (sin duda, algunos demostraron conocer la Primera División). El central rubio llegó a incorporarse más de una vez al ataque (debido a su lesión muscular se vio obligado a seguir en el terreno de juego), como cuando Cruyff mandaba a Alexanco a cabecear todo lo que llegaba del cielo. Pero ni por esas. La Torre de Babel levantina arrolló a los azulinos, y lo que es peor, sin necesitar de la jerarquía de su jugador franquicia, Mustapha Riga, que se guardó para partidos con más exigencias ofensivas.