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Miércoles, 5 de abril de 2006
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El niño no para quieto ¿Y los adultos?
Entre los muchos trastornos del aprendizaje que pueden afectar a la infancia, destacan los relacionados con los problemas de atención, a menudo muy difícil de detectar
El niño no para quieto ¿Y los adultos?
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RECOMENDACIONES
Convivir con este tipo de niños puede resultar difícil, por lo que siempre es conveniente actuar de forma positiva, sin incidir con frecuencia en el castigo o en los reproches.

Manifestarles cariño y comprensión, que refuercen su autoestima -ser queridos por quienes son, no por cómo se porten- y estar pendientes de sus progresos.

Evitar el aislamiento, encargarles pequeñas responsabilidades.

Mantener un cauce de comunicación abierto y constante.

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Para que se dé el proceso de aprendizaje es necesario asimilar todo tipo de información procedente de los órganos sensitivos. Una vez percibida, la información se selecciona y se elabora, con lo que queda fija en la memoria de una forma más estable y duradera.

La asimilación de la información ha de quedar impresa en el cerebro, y para ello es fundamental que exista un nivel mínimo de atención. Esto se consigue gracias al mantenimiento de un estado de alerta relativo, así como a una capacidad de coordinación suficiente que permita al cerebro centrarse en esa tarea. Todo ello supone un esfuerzo que variará según las personas. El proceso de aprendizaje es complejo, necesita atravesar diferentes etapas y actúa como un hilo conductor, de tal forma que si en una de esas etapas se produce una interrupción o mala conducción de información, el proceso se dificulta.

El déficit de atención suscita interés entre los especialistas en trastornos del aprendizaje. Se trata de niños que presentan una gran dificultad para dirigir su cerebro hacia la búsqueda, asimilación y fijación de información, o en la realización de una determinada tarea. Debido a esa dificultad, el aprendizaje no se produce correctamente, con lo que todo el proceso se ve perjudicado. Además, con frecuencia conlleva la aparición de problemas de comportamiento. Entre ellos suele destacar la hiperactividad, aunque ésta no siempre se relaciona necesariamente con el déficit de atención. La alarma suele surgir en el colegio, cuando el niño comienza a tener problemas de rendimiento académico.

El trastorno por déficit de atención con hiperactividad suele detectarse hacia los tres o cuatro años, aunque con frecuencia son niños que desde bebés se han mostrado especialmente irritables. Junto a esa falta de rendimiento escolar pueden aparecer problemas de comportamiento. Estos niños suelen mostrarse inquietos, por lo que son castigados y tienden a ser etiquetados como problemáticos. Ese comportamiento genera inquietud entre los padres, sobre todo cuando se opta por el castigo como única forma de in-tentar solucionarlo.

Los padres suelen referirse a ellos como «agotadores», y aparecen incluso problemas de ansiedad en los niños. Se les nota distraídos o ausentes y no son capaces de hacer una misma tarea durante un cierto tiempo, lo que les lleva a ser considerados como inconstantes. Con facilidad afirman que se aburren, por lo que cambian frecuentemente de tarea y quieren estar continuamente haciendo cosas.

Es frecuente que presenten problemas a la hora de memorizar, y suelen tener dificultad para recordar cosas o fijar conocimientos, lo que llega a plantear dudas sobre su capacidad intelectual, aunque esté en perfecto estado.

Hay diversos grados en este trastorno y en ocasiones se observan fluctuaciones según se va desarrollando el afectado, llegando a desaparecer con el tiempo.

¿Adquirido o innato?

Hay dudas sobre si se trata de un trastorno del aprendizaje o del carácter. Además, existen enfermedades o trastornos neurológicos que cursan con unos problemas similares. El diagnóstico no es fácil. Se trata de una tarea que deben resolver los especialistas. La sospecha suele surgir del equipo educador o de personas con criterios pedagógicos que acuden en ayuda del pequeño.

Respecto al tratamiento, es habitual recurrir a los fármacos psicoestimulantes, como el metilfenidato, que ayudan a mejorar la atención del niño. Con ellos se intenta aumentar el umbral de atención y facilitar la concentración y el empleo coordinado de todos los recursos al alcance del cerebro. Es fácil suponer que estos problemas son propios de los niños, ya que es una de las causas más comunes del fracaso escolar. Sin embargo, empieza a ser frecuente que sean detectados entre los adultos. En estos casos, el diagnóstico resulta más complejo, ya que no presenta una forma característica. Suele tratarse de adultos que arrastran problemas laborales y se muestran incapaces de permanecer tiempo realizando un mismo trabajo. Se las describe como personas distraídas, inconstantes e irreflexivas, poco formales a la hora de encomendárseles asuntos de importancia.

También son calificadas como impulsivas, ya que a menudo no paran de hablar y sin embargo no escuchan, no dejan acabar una frase al interlocutor. Los problemas cognitivos se mezclan con otros de comportamiento. Manifiestan con frecuencia cambios en el estado de ánimo, son desordenados, incapaces de centrarse en un determinado asunto, mientras que por otro lado muestran una actividad frenética.

Además, suelen tener problemas a la hora de manejar el dinero. Invierten constantemente en sucesivos negocios que casi nunca mantienen o salen adelante.



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