En Jerez se habla estos días de cine con motivo de la llegada del equipo de la película Lola a la ciudad. Hay barrios que se convertirán en los de hace algunas décadas para recrear la juventud de la Faraona, hay castings en los que muchos jerezanos vuelcan sus ilusiones o, simplemente, sus ganas de diversión y de ver desde dentro las entrañas de lo que luego disfrutarán en la gran pantalla. De repente, en todas las conversaciones hay alguien que se acuerda de que la ciudad ya fue plató otras veces y de su longevo noviazgo con artistas y cineastas.

Pero todo es un espejismo, porque hoy en día no corren buenos tiempos para la relación del séptimo arte con la ciudad. Los que siempre hemos mirado en cinemascope, aquellos que en la paleta de colores siempre hemos tenido un rojo almodovariano, todos los que alguna vez nos hemos sentido parte de las historias que se asomaban a la gran pantalla vemos ahora como en Jerez el espíritu del cine clásico, del cine familiar de toda la vida, se muere con la destrucción de algunas de las salas de proyección de toda la vida.

Incluso los que no hemos vivido nuestra infancia y juventud en esta ciudad lamentamos que vayan a desaparecer de su paisaje urbano cines como el Lealas o el Delicias, en una suerte de Cinema Paradiso jerezano que agrava el hecho de que en una ciudad de 200.000 habitantes (¿alguien no se ha enterado?) no haya salas en el centro histórico y sólo subsistan las de dos centros comerciales que cada vez recortan más los horarios para desgracia de los aficionados noctámbulos.