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Martes, 4 de abril de 2006
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«No valoramos el río hasta que lo perdimos»
Los habitantes de La Corta recuerdan los tiempos en los que pescaban angulas y sábalos en el Guadalete
«No valoramos el río  hasta que lo perdimos»
SIN ANGULAS. José guarda aún su cedazo para pescar.
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HUBO un tiempo en el que los barcos surcaban el Guadalete. Y no hay que retrotraerse a la época de romanos y cartagineses. Los habitantes de la Barriada Rural de La Corta todavía recuerdan los barcos areneros que remontaban el curso del río desde El Puerto de Santa María para cargar áridos destinados a la construcción. «Hasta 50 y 60 toneladas de arena cargaban», recuerda Francisco Rodríguez Atalaya, uno de los vecinos de La Corta de «toda la vida», como él mismo se define, y que todavía «se moja» para pescar.

Hasta que llegaron las primeras máquinas, el acarreo de la arena se realizaba manualmente en una labor que daba de comer a decenas de obreros. Pero el río también alimentaba literalmente a los habitantes de La Corta. Las angulas y sábalos, un pez parecido a la sardina, remontaban el río para desovar y formaban parte de la dieta habitual de los moradores de la ribera del río, como denota el nombre de la Venta Las Angulas, uno de los establecimientos más conocidos de La Corta.

«También subían lenguados con la marea y el agua estaba limpia», recuerda Rodríguez Atalaya, que narra que del pescado de La Corta comía «la gente del Chicle, los Albarizones...» Todo eso forma ya parte del pasado.

El azud

«El fallo fue la presa de El Portal porque el río no puede escupir la tierra y ya no llega la marea», lamenta Francisco Rodríguez. «El Guadalete tenía diez metros de profundidad en La Corta y ahora no llega ni a metro y medio», agrega José Márquez, otro habitante de La Corta, que recalca que «para darle valor a las tierras de Sanlúcar, Rota y Chipiona nos quitaron la riqueza del río».

El muro del azud, construido a principios de los ochenta para derivar agua a los regantes de la Costa Noroeste, impidió el paso de los areneros, agravando la colmatación del cauce. «También se perdió la playa de La Corta, donde la gente de Jerez venía a bañarse», denosta Francisco Rodríguez Atalaya, que rememora que llevababa en su barca a domingueros al otro lado del río para pasar el día en unas cuevas ya desaparecidas.

«Ahora es imposible bañarse porque el fango te chupa», agrega este morador de La Corta. Rodríguez aún tiene su cedazo, la red con la que pescaba, aunque ahora tiene que andar hasta El Portal para recoger algo comestible. «Los jerezanos no nos hemos dado cuenta del patrimonio del Guadalete hasta que lo perdimos», concluye.



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