La prensa inglesa habla maravillas de los diseños de Vinader y alaba el confort y la sofisticación de sus anillos, enormes y con mucho éxito entre los clientes. :: JOSÉ USOZ Pulseras de la amistad unisex y anillo de oro chapado sobre plata.
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La señora de los anillos

Cameron Diaz tampoco se ha resistido a sus diseños. La española Mónica Vinader deslumbra al mundo desde su taller de Reino Unido, donde ha sido elegida la mejor marca de joyería del país

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A juzgar por la amplia colección de novios que ha tenido, a Cameron Diaz le habrán pedido la mano decenas de veces. Lo que ya no es tan habitual, por atractivo que resulte el pretendiente, es que una 'celebrity' de su caché entregue el dedo. Pues los irresistibles modelos de Mónica Vinader lo han conseguido. Sus anillos tamaño XL de coloridas piedras lucen en el anular derecho de la actriz, y en los de Keira Knightley, Chryl Cole, Emily Blunt o Mischa Barton.

Cualquiera de estas estrellas convierte en oro lo que toca. Pero, en este caso, las alhajas que las adornan no son obras suyas. Proceden del arte, talento, dedicación, inquietudes y buen gusto de una donostiarra de 41 años que ha sido premiada como la mejor marca de joyería de Reino Unido. Allí, en Norfolk, a tres kilómetros del mar y a dos pasos del palacio donde ha celebrado las navidades la Reina de Inglaterra, vive, diseña y deslumbra Mónica Vinader. Utiliza piedras traídas de cualquier extremo del planeta, algunas tan preciosas como el diamante, pero la primera que recuerda haber admirado era nacarada: estaba dentro de La Concha de San Sebastián, donde nació, paseó «con botas por la playa» tantas tardes lluviosas y creció hasta que, a los diez años, su familia se mudó a Madrid.

«Mi madre se dedicaba a las antigüedades, así que desde pequeña me moví en un círculo artístico. Me interesaban mucho la pintura, los muebles, los estilos... y a los dieciséis años me marché a Inglaterra a estudiar Bellas Artes y Artes decorativas». Antes de cumplir los veinte y aunque su principal y casi única clienta fuera ella misma, firmó su primera colección. Y, a los 23, le ofrecieron el primer empleo en un taller de joyas, «donde empecé haciendo de todo». No se le caían los anillos: los diseñaba ella. También los vendía. Y los publicitaba. Gustaban. Pero un día los abandonó todos por uno de compromiso.

Se enamoró de un mozo «medio inglés, medio americano», al que ofrecieron dirigir «un hotel selecto de pesca» en México. La aventura al otro lado del charco duró década y media, tiempo en el que Mónica trabajó junto al que ya es hoy su marido. Renunció a la joyería por la hotelería, el nuevo El Dorado del siglo XX, pero, caprichos del destino, el turismo volvió a llevarla hasta su vocación. «En los meses en que regresaba a Norfolk, aprovechaba para vender mis colecciones privadas a las veraneantes», ansiosas por exhibir ese toque de color que el sol no regala en los arenales del Mar del Norte...

Así, «sin pretenderlo ni planificarlo», aquellas piezas «clásicas, con un toque contemporáneo y un puntito de extravagancia» fueron circulando de boca en boca y, sobre todo, de mano en mano, de oreja en oreja, de cuello en cuello... Llegó un momento en que ya no sólo daban para pasar el rato, sino también el mes, y holgadamente. Mónica Vinader adivinó una oportunidad de oro y, hace cuatro años, tras fijar de nuevo su residencia familiar en Inglaterra, dio el salto: «decidí dedicarme a mis joyas como negocio».

Está claro que con las cuentas de los collares hace virguerías, pero se arregla bastante peor con las de los euros. «Si fuera por mí, estaría arruinada», confiesa. Menos mal que su hermana Gabriela, tras pasar por la compañía de comercio electrónico Amazon, se unió al proyecto y «empezó a manejarlo como una empresa seria». Definió «una estrategia para crecer», refinó la marca y refrenó la incontinencia creativa de Mónica, que diseña «demasiado» y a la que le gustaría que cada colección constara de más piezas que el Big Beng.

Con puntualidad británica han llegado los resultados del tándem. No pueden ser más brillantes. Se mire por dónde se mire: por Londres, Nueva York, París o Moscú. En efecto, si 2009 ha sido para la economía mundial el año de la crisis bestial, para las hermanas Vinader ha sido el del «éxito brutal». Mientras Chanel reduce plantilla para soportar el desplome de las ventas, ellas las han duplicado, gracias, en buena medida, a la multiplicación de sus vitrinas en los comercios más exclusivos de Europa y América, así como a la apertura de las dos primeras tiendas propias, una en Sevilla y otra en Madrid, y de un espacio exclusivo en los londinenses almacenes Harrods. Pero aún hay más, y mejor. Además de dinero y clientela, este verano ganaron el premio a la mejor marca de joyas de Inglaterra (UK Jewellery Brand of the Year). Al jurado le sobraron los motivos: por su «innovación, la emoción que subyace en la marca, la atención al cliente y el precio asequible».

Aunque unos pendientes de diamantes Mónica Vinader pueden alcanzar los 2.500 euros, es posible lucir un colgante desde 42 euros y el precio medio de las joyas, bañadas en oro de 18 kilates de tres micrones de espesor sobre plata de ley, se sitúa entre los 100 y 300 euros. La prensa inglesa, desde 'The Guardian' a 'The Daily Telegraph' pasando por 'Vogue', alaba sobre todo la originalidad, estilo, confort y sofisticación de sus enormes anillos. De hecho, «son los que más éxito tienen», también entre el famoseo, aunque van camino de arrebatarles el record las nuevas pulseras unisex que «ya se venden como churros» desde 75 euros. Cincuenta se despacharon en sólo tres días en Harrods, lo que obliga a trabajar a destajo a las ocho personas que ayudan a la artista en el taller, ubicado en una antigua forja de la coqueta casa de campo donde reside.

Entre bocetos a lápiz, fundidos en cera perdida y minuciosos engarces, la que es hoy una de las mejores orfebres de Europa saca tiempo de debajo de las piedras, de esas que compra en bruto y pule ella misma, para dedicárselo a otra joya: su hija de tres años. Cogida a ella de la mano y calzada con botas, Mónica Vinader camina por las «maravillosas» playas de Norfolk las tardes de lluvia. Les acompañan los recuerdos de la Bella Easo y unos brillantes planes de futuro que quizá pasen por abrir dos nuevas tiendas en Barcelona y Londres y, sobre todo, «por consolidar» una marca que ya vale su peso en oro. De 18 kilates.