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El futuro del Falla

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De lo que llevamos de Concurso uno no sabe qué es peor: si la buena voluntad inoperante de tanta gente como se presenta sin estar preparados para no hacer el ridículo, si lo poco críticos que resultan los presentadores televisivos de la cosa, a los que todo parece poco menos que escrito al dictado de Paco Alba, si los excesos admirados del respetable (esto es lo que comprendo más, puesto que los familiares tienen el don mutante de conseguir siempre entradas para ver a los suyos), o la tardanza entre una actuación y otra.

¿Se imaginan ustedes un concurso de Eurovisión donde se tardaran diez o doce minutos en dar paso al cantante de Eslovenia al de la República Chequia? ¿A que no? Pues aquí cada agrupación que canta se sabe dueña de los quince minutos de fama que predijera Andy Warhol, y allá que monopoliza los minutos para descanso de los que rajan y ganancia del ambigú y la pizzería de la esquina. Y todo mientras el respetable jalea, o se levanta, o se duerme, y los telepresentadores tienen que llenar minutos de cháchara que luego quedan fatal en lo de youtube.

Si la semana pasada intentaba yo decirles que se podría abrir el concurso del cartel a la fotografía, que no sólo se hace arte con témpera y óleo, ya sería hora de que conviniéramos que no es de recibo prestar de esa manera el Falla y los minutos del Falla a que cada agrupación levante el campamento indio de un forillo que debe costar tela de encargar, hacer, y montar luego. Estamos en el siglo veintiuno, y aunque el Carnaval sea tradición, ahí estamos celebrando (de aquella manera, pero bueno) los cincuenta años de la comparsa, que vino a romper la tradición antigua para iniciar una tradición nueva que ya no hay quien menee. El Carnaval no puede hacer la vista gorda a la tecnología, llámese Internet como antes se llamó guitarra, y no sería descabellado que en vez de tardar tanto tiempo en desmontar un forillo y colocar otro se proyectara detrás del escenario una escena móvil o una lámina, en PowerPoint o en cualquier otro sistema que hoy permiten, en los musicales de teatro que cuestan un potosí, darle vistosidad, ritmo y modernidad a la representación. Y arte, desde luego.