ANABOLIZANTE

Pecadores

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Yo no soy atea. Pero tampoco soy una creyente católica apostólica y romana. Por más que con cierta frecuencia se me pueda ver entrando en alguna iglesia antigua para sentarme un rato a pensar, a rezar, y a escuchar a mi corazón. Por más que me encomiende con fervorosa fe y pasión a San Judas Tadeo cuando estoy desesperada...

Dice mi amiga Gemma que yo soy santera, orisha, supersticiosa de ciertas creencias que adapto y reinvento para mí misma, para hacer mi vida más llevadera y para sentirme más acompañada ante el absurdo de la vida y el misterio de la muerte. Tengo mi propia religión adaptada a una ética y a unos valores más o menos universales. Incurro, cómo no, en algunas contradicciones.

Suelto este rollo al hilo de las últimas declaraciones de la Iglesia acerca de la polémica ley del aborto, en las que amenazan a los diputados que voten a favor con la excomunión, tachándolos de pecadores. No sé qué pensarán los congresistas al respecto. A más de uno supongo que le habrá dado un ataque de risa con esta reprimenda un tanto pueril para oídos que hace tiempo que dejaron atrás los sermones del domingo. Lo que sí pienso es que es bastante mosqueante que a estas alturas, en un estado laico como España, haya esa obstinación por seguir considerando las opiniones de la Iglesia como asuntos de estado o de interés general, cuando se trata de temas que pertenecen al ámbito de la intimidad, de lo personal. El tema del aborto puede y debe tener un debate político y social, pero no hay que darle más importancia a la opinión de la Iglesia que la que se le concede a otros colectivos sociales. Podrían amenazar mejor con conceder la apostasía a todo aquél que vote a favor del aborto. Pero no les conviene. Prefieren seguir manteniendo esa falsa e ilusoria lista de católicos de la que presumen. Católicos que fueron bautizados cuando aún no podían decidir si querían serlo. Así que yo invitaría a los altos cargos eclesiásticos a que dejaran a un lado esos anacronismos como «excomunión», y a que empezaran a asumir públicamente que muchos figuran en sus listas en contra de su voluntad, a las que se les debería reconocer de una vez por todas el derecho a la apostasía.