. Víctor Janeiro cita en redondo a 'Bajoleto', el toro que finalmente indultó./ ANTONIO ROMERO
Sociedad

Indulto en la penumbra

Víctor Janeiro salva la vida de 'Bajoleto', astado de su hermano Jesulín, en una corrida donde la terna salió a hombros

UBRIQUE Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Había derrochado auténtico arte y recia torería Víctor Janeiro en su entregada labor frente al tercero de la tarde. Cuando la obra quedó completada y se disponía a empuñar la tizona, empezó a proliferar por los tendidos la estruendosa e inesperada petición del indulto. Antes de de tan apoteósico momento, el joven espada había saludado a su oponente con dos largas cambiadas y con varias verónicas dibujadas con temple, mando y armonía.

Dada las buenas condiciones que presentaba la res y ante la desesperante falta de fuerzas que hasta entonces ofrecía la corrida, se procedió a simular la ejecución de la suerte de varas. Quitó Víctor por chicuelinas, que abrocharía con airosa revolera. Inició el trasteo de hinojos para seguir con tandas de derechazos plenos de ligazón y temple, rematados con hondos y limpios pases de pecho. Sus naturales también poseyeron enjundia, hasta el punto de que algunos de ellos configuraron, por su belleza y empaque, auténticos carteles de toros.

El animal seguía el engaño con extrema boyantía, siempre humillado y con una entrega y repetición excelentes. Pero para que tal comportamiento fuera posible se había obviado, omitido y hurtado el tercio de varas. Justo el que mide la auténtica bravura. Se indultó un toro que derrochó nobleza pero al que le faltó trapío, agresividad, casta y fiereza para erigirse en merecedor de tan superlativo premio. Fue un animal que posibilitó el toreo sin sobresaltos, ese que pretende encontrarse siempre la torería de postín, pero no fue un toro bravo. Una vez más, se vuelve a confundir nobleza con bravura.

Ocurrido ésto, caía la tarde sobre Ubrique y las sombras de la noche multiplicaban su presencia sobre una plaza muy pobremente iluminada. De no ser por el parpadeo fugaz de los trajes de luces, se diría que una pandilla de osados maletillas se disponían a hacer lunas al amparo de la oscuridad de la noche serrana. Quedaban aún tres toros, para lidiar entre penumbras, de los que a Víctor le cupo en suerte un sobrero de Camacho que no le concedería opción alguna de triunfo. Astado que se frenaba y quedaba corto desde su salida pero que, al menos llegó con cierto brío al último tercio y aportó algo de intensidad y emoción a la labor de Víctor Janeiro.

Firme y decidido éste, se fajó con valentía con él y hasta le ganó la acción y ligó algunos pases en redondo. Dos enemigos tan nobles como carentes de fuerzas le correspondieron a un José Luís Moreno que sólo pudo esbozar el buen concepto de toreo que posee. Dibujó las suertes con trazo correcto, ortodas las formas, acertadas las distancias... Pero, salvo pasajes aislados, al conjunto de sus faenas le faltó el picante y transmisión de las que sus toros carecían.

Algo muy parecido le ocurrió a l jienense Curro Díaz, que se había estirado con cadencia y garbo a la verónica en el saludo capotero al segundo de la tarde y derramó escuetas esencias de su peculiar toreo grácil, airoso y estético. Pero sus trasteos carecieron de relieve porque los astados perdían las manos si el torero bajaba la suya, por lo que lo que todo quedaría en una anodina sucesión de medios pases a media altura. Y ya se sabe que una tauromaquia en la que todo se realiza a medias, nos transporta a un espectáculo que no enaltece, que no cala, que no llega.

Pero los tres espadas salieron de la plaza a hombros y Víctor Janeiro indultó a Bajoleto, nº 158, de la ganadería de su hermano, Jesús Janeiro. Felices, aunque a oscuras, retornaron ambos a casa.