ESPAÑA

Insultos contra el 'lehendakari' y aplausos a Zapatero y Rajoy

| PALMA DE MALLORCA Actualizado: Guardar
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El propio lehendakari Patxi López fue el más sorprendido. No se esperaba un abucheo como el que recibió ni los gritos aislados de «¡Fuera, mentirosos!» que lanzaron algunos exaltados contra la comitiva que encabezaba, en la que figuraban el consejero del Interior y la presidenta del Parlamento vasco, la popular Arancha Quiroga. Todos ellos regresaban de la concentración de la plaza del Ayuntamiento de Palma en la que se guardaron cinco minutos de silencio.

Al oír los improperios, López compuso un gesto entre contrariado y estupefacto. El recién nombrado lehendakari, poco experimentado en la tarea ingrata de asistir a los funerales de las víctimas del terrorismo, permaneció un instante atónito, pero desvió la mirada de la muchedumbre que le increpaba y marchó diligente hacia el grupo que le esperaba para recibir a los Príncipes de Asturias, los duques de Lugo y la infanta Elena. Faltaba muy poco tiempo para que los féretros de los agentes asesinados fueran trasladados a la catedral de Palma desde el vecino Palacio de la Almudaina, donde se instaló la capilla ardiente. Entretanto, los guardias civiles que iban entrando a la iglesia eran saludados con aplausos calurosos.

El suceso tuvo un punto inexplicable, pues cuando abandonaron la capilla ardiente el presidente Rodríguez Zapatero y el líder de la oposición, Mariano Rajoy, ambos suscitaron los aplausos de la multitud. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, que salió del edificio para despedir a Zapatero, no fue objeto entonces de ningún reproche, algo que sí ocurrió después. «¡Rubalcaba, Rasputín de la corte!», dijo alguien. Era evidente que el humor de los reunidos ante el pórtico del templo había cambiado.

Quizá el himno nacional, interpretado por una banda militar, exacerbara los ánimos. A partir de ese momento se multiplicaron las consignas de «Viva España» y «Arriba España». Entre los que se apretaban contra una valla había un hombre que, tras dudar entre si hablar o no a los micrófonos y a las cámaras de la televisión, se decidió por desahogarse. «Es una vergüenza que los guardias civiles no tengan un parking propio para aparcar sus coches. Así están desprotegidos». Una mujer le secundaba: «Es evidente que ha habido un fallo de seguridad». Una vez entraron los ataúdes en la catedral, el público se fue apaciguando.