FAMILIA REAL. Doña Letizia junto a Su Majestad la Reina y Su Alteza Real el Príncipe Felipe. / LA VOZ
Jerez

Letizia en el país de las maravillas

Debo confesar que soy un Letizia-adicto. Antes de conocerse su relación con el príncipe era mi preferida, porque destacaba de las otras profesionales de los telediarios y noticiarios del ente público. Su dicción, su capacidad de resolución y síntesis, pero sobre todo eran sus ojos y la gama de expresiones que tiene su mirada lo que me atraía sobremanera.

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Más tarde, cuando se conoció la relación y se mostraron las imágenes de los encuentros que tuvo con el príncipe en algunas recepciones, como la llevada a cabo en casa del periodista Pedro Erquicia, pude observar otros valores que me cautivaron, los que con el paso del tiempo, en cada intervención pública su inteligencia ha ido acrecentando. Bien es sabido que la inteligencia es la madre de todas las virtudes y dones que la naturaleza otorga al ser humano. La inteligencia nos rige y conduce en la vida y si en el camino nos acompaña la suerte, el resultado no se deja esperar. La agudeza de este sentido nos hace precavidos y avizores por lo que corregimos el rumbo apenas intuimos la tormenta. Del grado de inteligencia depende nuestro raciocinio, anteponiéndose a las pasiones y a los instintos que nos hacen perder la cabeza. Después de haberme relacionado con decenas de miles de personas durante toda la vida, podría contar con los dedos de las manos a las que les he podido reconocer esta característica. Algunas, a las que por su apariencia y comportamiento atribuí estos valores, apenas las traté perdieron el apresto. Otras, a las que signifiqué como dechado de virtudes, el tiempo mostró sus fachadas tal si fueran barracas de feria desteñidas con las menores inclemencias.

Leticia, por el contrario, crece ante nuestra mirada, la suya es cada vez más firme y su actitud ofrece naturalidad y confianza. Sus gestos y movimientos mejoran en cada aparición pública y en eventos en los que alterna con otras casas y personajes reales se ha acrecentado su desenvoltura, superando la atenazada discreción y la fugitiva timidez que se le observaba. Nada que decir ni que objetar cuando por razones de protocolo toma la palabra porque, aún a media voz, expresa con seguridad y firmeza los coherentes conceptos que hilvana su privilegiada cabeza.

Estamos seguros que en los encuentros y reuniones con la familia real sus intervenciones serán escuchadas con atención y tenidas en cuenta. No digamos en las privadas con el príncipe, en las que, como consorte y amiga, le aconsejará debidamente acorde con su formación y con la experiencia obtenida en los años que como reportera estuvo en contacto con la realidad del mundo. El príncipe, que no es tonto, la escuchará sabedor de que tiene en doña Letizia a su más fiel y segura consejera, la que por sus conocimientos, suspicacia e intuición femenina contribuirá al acierto en las intervenciones públicas de don Felipe y con ello, a la buena marcha de nuestra monarquía, porque no cabe duda que será su inteligencia y el plebeyo aporte cromosomático de su sangre la que aligerará, mejorará y dará frescura a la consanguínea de nuestros monarcas.

Como esposa

Cómo esposa enamorada se la ve amante, nada más hay que observarla y como el príncipe se deshace en elogios hacia la mujer que lo ama cuando hace referencia a doña Letizia. Por lo que otra vez entra en liza la inteligencia. Ya hemos dicho que cuando abunda esta cualidad hay de todo: humor, empatía, sintonía, armonía y como no, sexo del bueno; por lo que en cada aparición pública no pueden ocultar el momento dulce por el que atraviesan; apenas él la mira y hace referencia al amor que se profesan, ella se arroba y casi se oculta tras su brazo. Esta y otras situaciones donde las miradas han dejado clara la complicidad existente en la pareja, nos recuerda a las que se cruzaban y sostenían sus padres en tiempos idílicos.

Como madre

Como madre nos hace pensar que, a pesar del estatus al que el destino la ha llevado y la orgánica a la que la Zarzuela la somete, doña Letizia educará a sus hijas en los valores y modos en los que a ella la educaron y, aunque reciban una formación acorde a su condición de princesas, seguro que serán las princesas mas cercanas al pueblo que la historia de nuestra monarquía haya tenido.

Ni que decir tiene que, por razones obvias, con el paso del tiempo doña Letizia tendrá que delegar en los tutores la formación y educación de sus hijas, pero mientras tanto se la ve solícita y natural, atenta a sus necesidades, pendiente de sus juegos y de sus hábitos. Percibiéndose en sus gestos y modales que no lleva de la mano a Leonor, mientras a Sofía se la encaja en el cuadril para salir en la foto, sino que las formas como las maneja son cotidianas.

Como miembro de la Familia Real

La hallamos integrada. Lista como el hambre, se ha hecho con las simpatías de todos, especialmente con las de doña Sofía; bueno, no sabemos quien se ha hecho con las de quien Lo cierto es que ya son varias las ocasiones que las han sorprendido intimando, incluso hemos visto fotos en las que, fruto de sus confidencias reían contagiadas, amigables y distendidamente. No tenemos la menor duda, de que por ser la mujer de su primogénito, es la preferida del Rey, a la que besa y estrecha con especial afecto, situándola en ocasiones a su diestra.

Toda España ha percibido cómo desde que el príncipe se casó con doña Letizia la familia Real se ha vuelto más cercana al pueblo; y lo ha hecho a través de la familia Rocasolano a la que ha acompañado y ofrecido su apoyo en los momentos difíciles y por los que ha atravesado. Esta actitud de la casa Real ha producido cierta perplejidad en la derecha, pero sobre todo en la aristocracia recalcitrante que ven con estupor cómo los Reyes no visitan sus palacios y sin embargo van a dar el pésame a la familia Rocasolano a las sencillas casas y pueblos donde residen. Hemos observado a unos Reyes empáticos y humanos, abrazados a esta familia y llorando con ellos en momentos tan dolorosos como cuando falleció Erika Ortiz; creando una nueva imagen de nuestros soberanos, los que saltándose todo protocolo se han volcado con una familia sencilla, prueba inequívoca de que la aceptación e integración de doña Letizia en la familia Real ha sido absoluta.

Como mujer pública

Lo es sobradamente. Téngase en cuenta que doña Letizia ya lo era antes de conocer al príncipe, que su formación en la profesión de periodista fue orientada hacia la aparición pública. Dudamos que exista en el mundo una princesa más preparada para dichos menesteres que doña Letizia, porque ése es el terreno donde ella está cómoda y se mueve con desenvoltura, quizá no tanto con la realeza, pero dada sus capacidades y la seguridad que le ha conferido formar parte de ella, no pasará mucho tiempo para que las audiencias reales les sean pecata minuta. En cuanto a su imagen, nada tiene que ver la que por razones obvias ha de mostrar actualmente, con la que acostumbraba a dar cuando viajaba como reportera por medio mundo, con atuendo informal tipo casual pantalones chinos con bolsillos de parches y chaleco sin mangas de estilo supervivencia. Este terreno y versatilidad es otra causa por la que merece ser valorada, porque ahora esta situada a la cabeza de las señoras más elegantes y mejores vestidas de la sociedad y casas reales. doña Letizia ha desbancado a la mayoría y eso sin alardes ni exuberancias en el vestir, con modelos sencillos que ni siquiera tienen la pretensión de realzar su figura, sino que la muestran tal es, prieta, esbelta y saludable, propia de una persona responsable conocedora de la importancia que tiene conservarse en forma, erradicando la imagen de todas esas princesas bulímicas, melifluas y casquivanas que nada aportan a sus pueblos, sino que al contrario los preocupan con su actitud y falta de responsabilidad. Consciente de ello, nuestra princesa más bien se aleja de la alta costura y de aparecer enjoyada, decantándose por modistos españoles que conocen su personalidad los que dejando a un lado la pirotecnia y los decorados la visten con sumo gusto y discreción. Pero el gran reto de doña Letizia no es ser madre de futuros reyes, con lo que eso conlleva, ni siquiera tener que representar a la casa Real. El verdadero reto radica en formar parte de ella, en todo lo que ha tenido que dejar atrás y a la absoluta abnegación a la que tendrá que aferrarse y hacer uso durante toda su vida: sus costumbres, sus amigos, sus libertades y de este modo instalarse en un mundo que le es totalmente ajeno, para que el que jamás se preparó ni tuvo referente alguno. Mundo que a duras penas soportan los propios miembros de casas reales que nacieron inmersos en ellas a los que se les formó para ser profesionales de su destino. Todo esto, a cambio de despertar cada día en aposentos reales, no teniendo que ocuparse de gastos ni de organigramas domésticos, servicios, ni colegios, siempre con la tranquilidad de que sus hijas crecerán felices sin faltarles de nada mientras ella, lúcida e inteligente, dará cada paso consciente de estar escribiendo el libro de sus sueños, en cuyo guión aparece como la Reina que rige los designios del país de las maravillas, en el que sólo se es feliz por y con el amor recíproco y perdurable de su marido que es el Rey. Que de no guardar ese cuidado, habrá que cambiar algún capítulo por aquel de la calandria en su jaula de oro pero esa no es la historia que ella ha comenzado. ¿Deseémosle suerte!