TRIBUNA

Un trío internacional de poetas

El deseado sosiego de la pasada Semana Santa, me permitió adentrarme en el quehacer de una terna de poetas de más allá de nuestras fronteras, a los que además de su indudable vigencia se une el común denominador del sello editorial, Bartleby Editores, que con tan certero tino dirige Manuel Rico y alienta incansable Pepo Paz. Libro de jaikus recoge una selección de los más de quinientos que Jack Kerouac (Massachussets, 1922-Florida, 1969) dejó escritos como homenaje a esta singular estrofa oriental. Marcos Canteli, que se ha encargado con esmero de verterlos al castellano, anota en su prefacio: «Condensación, economía, naturalidad, instantaneidad, vivacidad, ligereza: son los atributos que a Kerouac le interesan del género». Sorprende, de principio, el gusto de un novelista por la brevedad del jaiku, pero tal vez fuera la forma de entender la literatura que tenía el autor norteamericano, exenta de quimeras y fingimientos innecesarios, lo que dio pie a esta personalísima devoción lírica.

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Kerouac occidentalizó el jaiku adaptándolo a la necesidad de contar mucho en sólo tres versos y «hacerlo tan leve y gracioso como una pastorella de Vivaldi», como él mismo confesara. Además, le añadió escenas, paisajes y protagonistas (el béisbol, las Canarias, la Vía Láctea, Custer, Toro Sentado ) muy alejados del rigor y purismo oriental, hasta llegar a rebautizarlos como Pops-Jaikus.

Como es de esperar, no todos guardan la misma intensidad, ni el mismo hálito lírico, pero el conjunto deja un grato sabor por su variedad temática («Chicas preciosas suben corriendo/ los escalones de la biblioteca/ Con esas minifaldas»; «¿Qué es un arco iris,/ Señor? -un aro/ para los humildes») y su inigualable carácter pleno de mordacidad: «Loco por sentarme en el heno/ a escribir jaikus,/ Tomar vino»).

La Poesía Completa de Ryszard Kapuscinski (Pinsk 1932-Varsovia 2007) nos acerca a un escritor que halló en la lírica un espacio sanador desde el que poder liberar sus más intimas inquietudes. «Al escribir poesía encontramos en nosotros una otredad que no sospechábamos antes de sentarnos ante el papel ( ) Es una extraña y preciosa sensación», dejó escrito poco antes de su muerte. Más conocido por su inmensa labor periodística y reportera, se ofrece en nuestra lengua el total de su obra poética, gracias a las certeras traducciones realizadas por Abel A. Murcia Soriano.

Noventa y cuatro poemas que nacen desde el asedio de lo cotidiano, desde la mano tendida del hombre que cree en el verso y en el verbo y los muestra como camino de salvación: «Encontrar la palabra precisa/ que esté en plenitud de fuerzas ( ) encontrar la palabra limpia/ que no ha difamado ( ) Se puede tener esperanza».

Bloc de notas (1986), Taccuino d´appunti (2004) y Leyes Naturales (2006) -más siete inéditos-, componen este corpus que a modo de personal dietario sirve para ahondar en la figura del autor polaco. La concepción del ser humano como consecuencia inevitable de la historia, la búsqueda de una ética coherente para poder enfrentarse al vacío del mundo y el temor a una soledad tan cercana a la muerte, asoman por muchos de estos poemas heridos, y fieramente humanos: «El día que has perdido/ ya nunca lo recuperarás ( ) Te has quedado solo/ no hay nadie a tu alrededor».

Tras la aparición meses atrás de su Reparación, se publica ahora El canto, poemario con el que C.K. Williams (Newark, Nueva Jersey, 1936) obtuviera en 2003 el National Book Award. De nuevo, Jaime Priede, se ha ocupado de las traducciones y con ellas, volvemos a disfrutar de un poeta de aguda lucidez.

En esta ocasión, despliega una variada gama de registros lingüísticos unida a una notoria diversidad temática. Si la primera parte destaca por su palpable apego a la realidad -en poemas tales como El Mundo y Flamenco-, la segunda se dirige hacia el reino de la infancia a través de una visión poco anuente y jubilosa de aquel tiempo. Al hilo de una de una niñez oscura y compleja, Williams pretende explicarse la fugacidad de su propio presente: «La tristeza era el resto; enfrascada en ella, arrebatada,/ suponía que estaba eso que se llamaba alma».

El tercer apartado es una larga elegía dedicada a su amigo pintor Bruce McGrew, que descubre el lado más humano y sufriente del vate americano: «Nunca tanta ausencia,/ tanta añoranza de la ceniza,/ porque ya eres ceniza. Nunca/ tan crudo este llanto interior». La última sección, trae a su memoria los descorazonadores atentados del 11 de septiembre y las nefastas consecuencias posteriores: miedo, odio, terror , con el seguro convencimiento de que «el hombre se ha negado a sí mismo no solo el mundo sino sus más preciados sentimientos».

Un poemario, en suma, con un fondo que pudiéramos denominar didáctico, a la par que explícito y turbador.