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Alguans zonas deAlepo recuperan poco a poco la normalidad. Al fondo, dos retratos de Bascha al Assad y Putin - M. A.

Viaje a la Alepo de Assad y Putin, blindada por Irán

Los líderes de Siria y Rusia tienen a esta derruida ciudad como símbolo de su victoria sobre la oposición armada

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«Alepo 152 km», marca el cartel con letras blancas sobre fondo azul en el cruce de Skeih Illal, en la ruta de Homs a Khanaser. Aquí arranca la conocida como «carretera del Tigre», en homenaje al general Suhel Al Hassan, quien después de meses de combates logró abrir esta ruta y acabó con el bloqueo que sufría entonces la zona bajo control gubernamental de Alepo debido al cerco opositor. Desde entonces se ha convertido en la única arteria de acceso a la segunda ciudad del país. Una carretera comarcal de dos carriles, asfaltada recientemente y con fuerte vigilancia ya que se trata de un corredor entre las provincias de Raqqa e Idlib, bastiones del grupo yihadista Daesh y Fatah Al Sham, brazo de Al Qaida en el país, respectivamente.

En los puestos de vigilancia que se levantan a ambos lados de la ruta se ven banderas sirias y de los fatimíes, milicianos afganos entrenados y armados por Irán cuya enseña es de color amarillo.

Si en Palmira destaca la presencia rusa, en el frente de Alepo son los iraníes y las milicias chiíes reclutadas por la república islámica en Afganistán o Irak las que tienen más peso. Las firmas de la Brigada del Imam Al Baqr, de los Hermanos de Zeinab, las Brigadas de los Pacientes o La Liga de los Justos decoran las paredes de las pocas casas que se mantienen en pie a lo largo del trayecto hasta Alepo. El sello iraní está también impreso en forma de carteles con versículos del Corán y eslóganes como «Estados Unidos son enemigos de toda la humanidad», «Estados Unidos es el mayor diablo» o el clásico lema revolucionario que se escucha cada viernes en el rezo de la Universidad de Teherán: «Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel». Cuando ya se divisa Alepo llega el turno para la milicia libanesa de Hizbolá que recuerda a los conductores que «nunca aceptaremos una humillación».

Entre soflamas anti estadounidenses se llega a Alepo por el barrio de Ramuse, el mismo lugar por el que en diciembre salieron en autobuses de color verde los grupos armados de la oposición tras el acuerdo alcanzado con el Gobierno. Una zona fantasmagórica, con edificios carcomidos por las balas o directamente derrumbados por los bombardeos. Hace tres meses esto era una zona muerta, ahora se ve a gente saliendo de aquí y de allá, como un ejército de hormigas en medio de un panorama apocalíptico. Los combates en el interior de la ciudad han terminado, pero se siguen escuchando fuertes explosiones ya que «el frente no está lejos, en el cinturón rural sigue habiendo presencia de terroristas. La liberación de Alepo fue un gran paso, pero la guerra va para largo», advierte un oficial del Ejército en el puesto de control de Ramuse.

Falta de servicios

Las calles están colapsadas por el tráfico. Poco a poco se abren nuevas rutas hacia lugares que han permanecido cerrados por barricadas por motivos de seguridad y en zonas como la plaza Saad Ala Al Yabri «se puede ver gente sentada en los bancos, tomando el aire, esto antes de la salida de los grupos armados era inimaginable», apunta Abu Mohamed, dueño de un comercio en esta zona que era frecuente blanco de cohetes, morteros y coches bomba. «¡Se ven más fotos del presidente que en Damasco!», exclama un funcionario del Gobierno llegado de la capital al observar la cantidad de imágenes de Bashar Al Assad que decoran este céntrico lugar. Junto al presidente aparece en muchos casos su homólogo ruso, Vladimir Putin, otro de los grandes aliados de Siria en el plano militar y diplomático.

«Es incomparable este Alepo con el de antes, pero una vez recuperada la seguridad nuestro problema ahora son los servicios. No tenemos ni electricidad, ni agua corriente y la libra siria se ha desplomado, así que tampoco tenemos dinero», lamenta Ahmed Srio, profesor de Educación Física del barrio de Yalilie. Esta misma frase se repite una y otra vez en boca de cada entrevistado. «La situación es mucho mejor, pero no llega el agua a las casas y hace una semana tuvimos 30 minutos de electricidad… poco a poco, hay que tener paciencia», señala Assat Jarrat, vendedor de electrodomésticos al que se le ilumina la cara cuando ve las furgonetas cargadas hasta arriba de vecinos que regresan a la ciudad después de una temporada como desplazados en Siria o refugiados en Turquía. Se aleja el sonido de las armas y vuelve la vida, el conflicto se deja sentir ahora por los disparos de artillería hacia la parte oeste del extrarradio de Alepo, nada que ver con los años en los que la guerra estaba en las entrañas de la ciudad.

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