Trump acusa a los medios de «fomentar la división» en EE.UU.

Arremete contra los medios «corruptos» por «tergiversar» sus palabras sobre racismo

La policía disolvió con gases lacrimógenos a un grupo de manifestantes que protestaba contra la presencia de Trump en la ciudad REUTERS

MANUEL ERICE

Es uno de sus recursos habituales. Para un presidente que sigue ejerciendo de candidato, en campaña electoral permanente, el enfrentamiento con los medios de comunicación críticos es como una vitamina. Tras ganar la elección presidencial a la contra del establishment mediático, particularmente «The New York Times», «The Washington Post» y las cadenas de televisión CNN y MSNBC, Donald Trump reaviva esa llama cada vez que le vienen mal dadas. En su mitin de Phoenix, el presidente intentó sacarse la espina de las críticas recibidas tras los disturbios de Charlottesville, en los que falleció una joven atropellada por un neonazi, arremetiendo contra «los medios deshonestos». La versión que transmitió a su enfervorecido público es que había sido acusado de contemporizar con el supremacismo blanco porque la prensa «tergiversó» sus palabras.

Donald Trump reservó los diez primeros minutos de su intervención en Arizona para lanzar una batería de descalificaciones a periódicos y televisiones , que combinaba con la lectura de sus propias intervenciones ante los medios después de los enfrentamientos en la pequeña población de Virginia que tanto han sacudido al país. Lejos de rectificar o matizar, el presidente aseguró que desde el principio, condenó «a los supremacistas blancos, a los neonazis y al KKK (Ku-Klux-Klan)», pero que una interpretación mediática sesgada había provocado el aluvión de reacciones contra su persona. Según su versión, no es él, sino la prensa, la que alimenta el enfrentamiento en el país: «Ya es hora de denunciar las falsedades de los medios corruptos y el papel que juegan fomentando la división».

Tres versiones

Tras los disturbios de Charlottesville, Trump expresó su postura al país en tres intervenciones consecutivas, en las que fue variando su opinión según se producían las reacciones críticas. Durante su polémica rueda de prensa en la Trump Tower, pareció arrepentirse de su rechazo frontal de la extrema derecha del día anterior y afirmó que «entre los grupos supremacistas también hay buena gente». La frase provocó una catarata de censuras casi unánime, incluido el conjunto de los republicanos. Con su desbandada, los ejecutivos de las grandes compañías obligaron al inquilino de la Casa Blanca a suspender los dos consejos asesores industriales del presidente.

En Phoenix, ante su público fiel, Trump aprovechó el debate abierto sobre las divisiones raciales para situar a la prensa entre quienes no contribuyen a la pacificación, a base de «inventar historias». Sin abandonar la guerra mediática, el presidente criticó también la retirada de los monumentos de generales y soldados que lucharon con el ejército confederado, que a su juicio ha sido jaleada por los medios críticos: «Están intentando cargarse nuestro patrimonio y nuestra historia comunes» , proclamó un enfervorecido Trump, antes de asegurar abiertamente que «a ninguno de ellos les gusta nuestro país».

La combinación de mensajes nacionalistas y críticos con la prensa es uno de los principios básicos del manual que el ahora presidente ha empleado desde que se convirtiera en candidato republicano a la presidencia. Especialmente desde la llegada a su equipo de campaña de Steve Bannon, el ideólogo de lo que se conoce como trumpismo, recién salido de su puesto de asesor del presidente en la Casa Blanca. Bannon ha regresado a «Breitbart News», el periódico digital desde el que respaldó a Trump y que resume el pensamiento nacionalista, aislacionista y proteccionista con el que se presenta ante sus fieles.

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