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El presidente estadounidense, en los jardines de la Casa Blanca - AFP

Trump corrige el rumbo con una vuelta a la ortodoxia

La fracasada demolición del Obamacare y el aplazamiento del muro con México muestran el arranque ineficaz de un equipo inexperto

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Cien días después de la apoteosis populista en el Mall washingtoniano, Donald Trump no ha sumado apoyos a los cuatro de cada diez fieles que desde entonces cierran filas con el presidente más impopular de la historia moderna. Un gestor metido a liderar el país que paga el precio de su inexperiencia y de la de su equipo más cercano. Recientemente, en uno de esos gestos de humildad que no prodiga, reconocía el peso del Despacho Oval y la dificultad de ser presidente. Su pesada mochila de promesas electorales fáciles y un Congreso que, pese a la mayoría republicana (a veces por eso), no ha supuesto menor bloqueo que el que recibió su antecesor demócrata, contribuyen a empinar los primeros tramos de una etapa aún por escribir.

La investigación sobre su supuesta conexión con el presidente Putin para ganar la elección presidencial, después de cobrarse a las primeras de cambio la cabeza del asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, se mantiene en densa niebla entre pesquisas del FBI y comparecencias en el Congreso de sorprendentes asesores de campaña del hoy presidente.

Sus grandes anuncios de cambio que sumaron en las urnas a sus fieles y a los votantes conservadores que recelaban del Trump populista, la supresión y reposición del Obamacare (sistema de cobertura sanitaria) y la agresiva política migratoria, basada en el mantra de «seguridad en las fronteras», se diluyen entre el laberinto legislativo y los reveses judiciales, especialmente a su limitación de entrada de ciudadanos provenientes de países musulmanes con terrorismo y a el intento de recortar fondos a las llamadas «ciudades santuario» (refugio de inmigrantes sin papeles). El muro con México, el gran símbolo del trumpismo, amenaza derrumbe antes siquiera de ser desplegado sobre el plano. Como si las 29 órdenes ejecutivas que ha firmado, que le convierten en el presidente más pródigo desde Harry Truman (1945-53), hubieran carecido de eficacia.

Donald Trump ha contrarrestado esta semana las críticas a los primeros «cien días» presidenciales, un balance que tilda de «ridículo» y de invención de la «prensa mentirosa». Su agresividad en Twitter se mantiene intacta… Aprendida la lección de dejar la iniciativa en manos ajenas, esta vez no ha contado con los legisladores para dar luz y taquígrafos a una masiva bajada de impuestos que se codea con la ambición que Ronald Reagan mostró en los años 80. Recurso al catecismo republicano. El objetivo, devolver a Estados Unidos al crecimiento del 4% del Producto Interior Bruto que no se ha visto en toda la era Obama, pese a la notable creación de empleo.

Simpatías republicanas

Trump logra así destapar la expectación en un país con una arraigada cultura de baja presión fiscal. Su plan, con una simplificación del impuesto de la renta y una fuerte disminución del de las empresas, contaría con la baza de una gran simpatía entre las bases republicanas y buena parte de las clases medias, menos preocupados por las grandes cifras de deuda nacional (hoy, 106% del PIB), que por ver aliviados sus negocios y sus compromisos con el Fisco. Aunque la caída de ingresos de 288.000 millones de dólares sólo en el primer año de aplicación del plan quita el sueño a los vigilantes del gasto público. Una patata caliente para «sus» congresistas mermada por la falta de credibilidad de un presidente que se niega a hacer públicas sus declaraciones de impuestos.

Trump intenta no desatender a quienes le auparon a la Casa Blanca, los trabajadores blancos de los estados industriales, tradicionales votantes demócratas, que, castigados por las reconversiones, acudieron al calor del nacionalismo económico pregonado por Trump. Tras recibir algunas críticas de los puristas del trumpismo desde las radios y las redes sociales por un intervencionismo exterior que había rechazado en campaña (Siria y Corea del Norte), el «America First» está presente en su ambicioso plan fiscal. Con su habitual puesta en escena, Trump calentó previamente su guiño al proteccionismo apelando a la guerra comercial con Canadá y México, alimento para sus más fieles, antes de desvelar que incentivará a las empresas que creen riqueza en Estados Unidos. Finalmente, suavizó su acoso y derribo al NAFTA (acuerdo de libre comercio) con una propuesta de renegociación que ya está en marcha.

El aterrizaje en la escena exterior, un rosario de rectificaciones pendiente de definición de estrategias pero que demuestra Trump puede abrazar la sensatez de los expertos militares y de inteligencia, ha tranquilizado a los aliados. Especialmente, el giro positivo hacia la OTAN, tras un pasado reciente de reproches. El bombardeo de la base militar siria como respuesta al ataque químico del ejército de Al Assad ha marcado líneas rojas al dictador y su mayor aliado, Putin, en contraste con la ineficaz política de Obama. El incremento de la tensión con Corea del Norte es la segunda gran prueba de fuego para la Administración Trump, que se mueve entre la probada experiencia y conocimiento del jefe del Pentágono, James Mattis, y el pragmatismo de nuevo cuño del secretario de Estado, Rex Tillerson, debutante en la esfera política. El inesperado acercamiento a la China que denostó en campaña, con paz comercial a cambio de presión a Pyongyang, ha abierto una aparente luna de miel entre Trump y el presidente Xi Jinping.

Pero el gran reto del presidente está en casa. En la pugna de poder que se libra en torno al Despacho Oval, los fieles a la causa populista pierden comba. El padre intelectual del trumpismo, el polémico agitador radical Steve Bannon, ha quedado marginado por la inercia del establishment y el realismo políticos, desplazado también del Comité de Seguridad Nacional. Kellyane Conway, la muñidora del vuelco electoral, está desaparecida. Paso a paso, la adaptación de Trump al sistema se ha traducido en concesiones a las esencias republicanas y conservadoras, que representa su director de Gabinete, Renan Priebus, enlace entre la Casa Blanca y la dirección republicana. Entre ellas, el nombramiento del juez Neil Gorsuch como nuevo magistrado de la Corte Suprema, que apuntala la mayoría conservadora en el tribunal, en medio de una polarización política sin precedentes, se ha convertido en el mejor rédito para los republicanos en el arranque de la era Trump.

El otro frente interno, el de los posibles conflictos de interés de los negocios de los Trump, se ha visto alimentado por la presencia de Ivanka Trump, la hija favorita del presidente, en la Casa Blanca. Con cargo y despacho, aunque sin sueldo.

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